Dentro de la perturbación causada por el hombre se
pueden distinguir dos tipos: la aguda, caracterizada por la
modificación radical del paisaje y típica de
los países del primer mundo y de los sistemas tecnificados;
y la crónica, en la cual la cubierta vegetal se altera
mínimamente por la extracción de pequeñas
cantidades de recursos. En el caso de esta última,
su impacto en el corto plazo es mínimo. Ésta
es la forma en la que muchos grupos tradicionales administran
su ambiente (Figura a).
Las consecuencias ambientales del disturbio agudo son evidentes
de inmediato: suelos desnudos, ciclos ecosistémicos
alterados, erosión y contaminación, entre otros.
Los efectos del disturbio crónico son a menudo imperceptibles.
Durante largos periodos, el ecosistema no muestra signos de
degradación. Incluso, si se incrementa ligeramente
la intensidad del uso, los efectos ambientales son mínimos.
Sin embargo, los impactos son acumulativos y pueden empujar
al ecosistema a cruzar un umbral tras el cual la degradación
ambiental se dispara. Esto ocurre si se presiona al sistema
el tiempo suficiente o si se incrementa, a veces mínimamente,
la intensidad con la que se usan los recursos naturales (Figura
b, Singh, 1998).
Una vez rebasado el umbral, se desencadena un ciclo acelerado
de deterioro ambiental, cuyos efectos pueden ser más
difíciles de revertir que los causados por el disturbio
agudo. El crecimiento de la población, con la necesaria
intensificación de los procesos productivos, puede
desatar el cambio ecológico. El modelo de disturbio
crónico también puede explicar la aceleración
del deterioro en el ciclo pobreza - degradación ambiental
(Figura 1.9)