Los grupos indígenas a menudo habitan en zonas con
elevada biodiversidad. Esto ha motivado variadas interpretaciones.
Algunas de ellas se basan en observaciones sólidas,
otras parten de posiciones ideológicas. Son sólo
modelos y no necesariamente se aplican a cualquier situación:
1. Regiones de refugio. Ante la colonización
europea, algunos pueblos indígenas se desplazaron hacia
regiones remotas. Los lacandones, procedentes de Campeche,
optaron por refugiarse en la selva chiapaneca tras un breve
contacto con los españoles en el siglo XVI. Otros grupos
resistieron en territorios inhóspitos, como las selvas
del sureste de la República, la Sierra Gorda de Querétaro
o la Sierra Tarahumara. Tanto las serranías como las
selvas tropicales son ecosistemas naturalmente pródigos
en diversidad biológica.
2. Enriquecimiento de la biodiversidad. Los
indígenas promueven la diversidad biológica
a través de dos vías, principalmente: a) México
es uno de los centros más importantes de origen de
plantas cultivadas en el mundo. Se estima que nuestros antepasados
participaron en la domesticación de cerca de 80 especies,
mientras que la selección de germoplasma sigue su curso
en nuestros días. b) La producción indígena
se basa en el aprovechamiento diversificado del ecosistema.
El paisaje resultante de las actividades tradicionales es
sumamente heterogéneo y brinda espacio para un elevado
número de especies en terrenos bajo diferentes usos
o estadios sucesionales.
3. Protección de la biodiversidad existente.
Se ha señalado que en los pueblos indios existen fuertes
instituciones culturales que protegen a la naturaleza. Entre
ellas se cuenta la regulación comunitaria o la creencia
en entidades sobrenaturales y lugares sagrados.
Algunas comunidades indígenas han promovido el establecimiento
de reservas biológicas, como Wirikuta, en San Luis
Potosí, e Isla Tiburón, Quitovak y Los Pinacates
en Sonora.
4. Manejo sustentable. Se conocen sistemas
tradicionales que se han mantenido productivos durante siglos,
como es el caso de las chinampas. Algunas prácticas
indígenas tienen un impacto mucho menor en el medio
ambiente que sus contrapartes tecnificadas. Por ejemplo, los
cafetales rústicos que diferentes etnias mantienen
en el sur y sureste del país se basan en la preservación
de una cubierta de árboles nativos y cultivados. Estos
sistemas sirven como refugio a una elevada diversidad de artrópodos,
aves, pequeños mamíferos y otros vertebrados.
Al mantener la cubierta vegetal se preservan muchos de los
procesos ecosistémicos responsables de mantener los
suelos, la fertilidad, la humedad, etc. La mayoría
de las prácticas agrícolas tecnificadas dependen
de la remoción total de la vegetación nativa.
La consecuente desaparición de los procesos ecosistémicos
naturales hace necesaria la sustitución de los mismos
por insumos tales como fertilizantes o herbicidas que a la
larga tienen efectos negativos.
No obstante, existen datos que sugieren que ésta no
es necesariamente la situación en todos los casos.
Las prácticas indígenas usadas hoy día
pudieron haber causado verdaderas catástrofes ambientales
en tiempos prehispánicos, como se ha sugerido que ocurrió
en el área maya o en la Mixteca oaxaqueña. Otras
prácticas tradicionales, como la agricultura de roza,
tumba y quema no se han adaptado a la realidad moderna, provocando
un severo deterioro ambiental en los trópicos del país
(véase el capítulo 2).