La agricultura de roza, tumba
y quema (también conocida como agricultura nómada
o itinerante) se ha relacionado frecuentemente con la degradación
del ambiente. El debate se centra en la idoneidad de este sistema
dadas las condiciones ambientales de las selvas, que son los
sistemas donde se emplea con mayor intensidad. La fertilidad
de los suelos selváticos es por lo general reducida,
lo que hace imposible lograr cosechas abundantes durante largo
tiempo sin fertilizar el suelo. La productividad del suelo se
recupera dejando que la parcela descanse por varios años,
con la ventaja de no usar agroquímicos que representen
un riesgo a la salud o al ambiente. Sin embargo, en las últimas
décadas la superficie destinada a esta forma de explotación
ha crecido considerablemente, mientras que los ciclos de descanso
se han acortado. Esto no sólo ha impactado negativamente
a la producción (véase Crecer
o migrar: ¿y la naturaleza? en el capítulo
1), sino que representa una amenaza al entorno. |
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El uso del fuego para la agricultura es responsable de un
importante número de incendios forestales. Resultado
de ello, el suelo de la selva se degrada y numerosas especies
típicas de la vegetación madura son incapaces
de sobrevivir bajo un régimen de incendios constantes.
A nivel estatal, la superficie cubierta por vegetación
secundaria está determinada en un 72% por la agricultura
nómada. Un ejemplo es el estado de Yucatán,
que cuenta con la mayor superficie cubierta tanto por agricultura
de roza, tumba y quema, como por vegetación secundaria
(58 y 72% del estado, respectivamente). Esto señala
a dicha práctica de cultivo como una de las principales
responsables del incremento de la vegetación perturbada
en el país en las últimas décadas (Figura
a).
El crecimiento de las fronteras agrícola y pecuaria
está determinado en un 75 y 25% por la agricultura
itinerante, respectivamente. La superficie destinada a la
agricultura y pastizales para la cría de ganado ha
crecido más rápidamente en los estados con mayor
tradición de agricultura de roza, tumba y quema. Esto
podría ser resultado de la intensificación de
las actividades productivas ante el colapso de la fertilidad
de los suelos. Ello supondría que más superficie
se incorpora al sistema a partir de áreas arboladas
(primarias o secundarias) y que más superficie se explota
en un momento determinado. Como resultado, las tasas de deforestación
son mayores en estas entidades (Figura a, r2 = 36%).
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