Evaluación del riesgo ambiental y bioseguridad
El riesgo ambiental es la probabilidad
de que se liberen al medio ambiente materiales peligrosos
capaces de afectar adversamente a la población, los
ecosistemas o los bienes. La peligrosidad de un material
se evalúa en función de sus características
CRETIB (corrosivas, reactivas, explosivas, tóxicas,
infecciosas y biológicas). Los eventos durante los
cuales se liberan cantidades importantes de materiales peligrosos
debido a una explosión, incendio, fuga, o derrame
súbito se denominan accidentes de alto riesgo ambiental
o mayores y existe una normatividad detallada que los define
con precisión, permitiendo su identificación
e intervención oportuna (Recuadro_III.6.3.2).
De la misma manera se tienen identificadas las actividades
altamente riesgosas, clasificadas en la Primera o Segunda
Lista publicada en el Diario Oficial de la Federación
del 28 de marzo de 1990 y el 4 de mayo de 1992, respectivamente.
Cuando se practican estas actividades es necesario contar
con una evaluación del riesgo ambiental (ERA).
La ERA es un instrumento de carácter preventivo que
busca proteger a la sociedad y al ambiente, anticipando
la posibilidad de liberaciones accidentales de sustancias
peligrosas en las instalaciones, y evaluar su impacto potencial,
de manera tal que éste pueda prevenirse o mitigarse
a través de: a) reconocimiento de posibles riesgos,
b) evaluación de posibles eventos peligrosos y la
mitigación de sus consecuencias, y c) determinación
de medidas apropiadas para la reducción de estos
riesgos.
Al presentarse la ERA, las autoridades que analizan el proyecto
que se pretende realizar cuentan con información
suficiente para identificar e interpretar sus niveles de
riesgo. También pueden determinar los posibles efectos
en la sociedad y el ambiente, así como recomendar
medidas preventivas. Con base en esta información
se establece la conveniencia o no de que el proyecto estudiado
sea autorizado.
El Estudio de Riesgo está compuesto por dos fases.
La primera consiste en un diagnóstico para identificar
y jerarquizar riesgos, y la segunda, conocida como análisis
de consecuencias, implica el uso de modelos matemáticos
de simulación para cuantificar y estimar dichas consecuencias.
Dentro de la fase de diagnóstico se aplica una metodología
detallada que determina la existencia o inexistencia de
riesgo, de acuerdo con su nivel de peligrosidad:
• Nivel 0: aplica
a cualquier proyecto que maneje sustancias consideradas
como peligrosas a través de ductos.
• Nivel 1: aplica a cualquier proyecto
en el que se pretenda almacenar, filtrar o mezclar alguna
sustancia considerada como peligrosa a presión atmosférica
y temperatura ambiente.
• Nivel 2: semejante a la anterior,
pero involucra el empleo de altas presiones o temperaturas,
incrementándose la probabilidad de accidentes.
• Nivel 3: se atribuye a cualquier
proyecto que maneje una lista más reducida de sustancias
particularmente peligrosas, a complejos petroquímicos
y a instalaciones que hayan tenido accidentes en el pasado.
Además, mientras mayor sea la densidad
poblacional alrededor de las instalaciones, o bien si éstas
están ubicadas en zonas de reserva ecológica,
los riesgos para la salud o el medio ambiente se consideran
mayores. Esto significa que las mismas actividades pueden
ser clasificadas en diferentes niveles dependiendo de dónde
se realicen (Diagrama III.6.3.1).
Una vez ubicado el proyecto en el nivel correspondiente,
deben de efectuarse evaluaciones más o menos exhaustivas:
informe preliminar de riesgo, análisis de riesgo
o análisis detallado de riesgo según se incremente
la peligrosidad. El estudio debe incorporar una estimación
de la probabilidad de accidentes, las posibles superficies
afectadas por los mismos y la severidad de dicha afectación.
También debe incluir medidas para prevención
de accidentes y los planes para combatir el riesgo en caso
de contingencias (Recuadro_III.6.3.3).
A partir de dicha evaluación, las secretarías
de Medio Ambiente, Gobernación, Energía, Economía,
de Salud y del Trabajo y Previsión Social, valoran
tanto el riesgo como la idoneidad de los programas propuestos
para la prevención de accidentes (Recuadro
III.6.3.1). |
En los últimos años ha habido
un incremento notable en la evaluación del riesgo
ambiental. En comparación con 1992, el número
de evaluaciones en 2001 resultó superior en un 186%
para nuevos proyectos y en un 70% para plantas en operación.
El aumento más importante fue en los programas para
la prevención de accidentes, que se elevó
de nueve a 473 en el mismo periodo (Figura 8.6, Cuadro_III.6.3.2).
Esto ha significado una mayor presión sobre las instancias
de evaluación de la Semarnat, cuya planta de dictaminadores
ha debido crecer en número, elevándose también
el número de dictámenes por dictaminador (Figura
8.7, Cuadro III.6.3.1).
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A pesar de los grandes avances en el tema, cada año
en México tienen lugar alrededor de 544 emergencias
ambientales, es decir, accidentes que involucran sustancias
peligrosas (véase «Contaminación del
suelo: residuos» en el capítulo 3). Inclusive
el número de emergencias para 2001 fue ligeramente
superior al promedio durante los años 1995-2000.
Un porcentaje importante ocurrió en ductos localizados
en los estados petroleros del Golfo de México (Mapa_8.1,
Cuadro IV.3.2.14), lo
que pone de manifiesto la magnitud del aporte de la industria
petrolera al total de las emergencias ambientales del país.
Pemex reportó más de mil derrames durante
2001, número que no es del todo un buen indicador,
puesto que los volúmenes de descargas contaminantes
de dicha industria se han reducido sustancialmente. Otros
estados con una alta incidencia de emergencias son aquellos
con una gran actividad industrial, como Nuevo León
y el Estado de México.
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Otra fuente de riesgos para el ambiente y la salud humana
procede de la industria biotecnológica. A partir
de los avances recientes en la biotecnología han
surgido los organismos genéticamente modificados
(OGM), también conocidos como organismos transgénicos,
que son aquellos que contienen genes procedentes de otras
especies y que les confieren alguna característica
deseable, tal como una maduración lenta o la resistencia
a plagas o herbicidas (Recuadros
IV.8.1, IV.8.4).
Los OGM pueden representar algunos riesgos tales como
la transferencia de esos genes a otros organismos en el
ecosistema, que de esa manera adquirirían las nuevas
características (Recuadro
IV.8.2), o incluso, otros efectos que no son previstos
durante su diseño, tales como la producción
de néctar con insecticidas, que podrían
afectar negativamente a los polinizadores de una región.
No todos los transgénicos están autorizados
para consumo humano, por lo que un mal manejo de los mismos
podría ocasionar que productos cuyos efectos sobre
la salud no son del todo conocidos fueran consumidos por
la población.
Para administrar y regular todo lo relacionado con esta
nueva problemática se creó la Comisión
Intersecretarial de Bioseguridad y Organismos Genéticamente
Modificados (Cibiogem), que tiene atribuciones sobre la
producción, importación, exportación,
movilización, propagación, consumo y, en
general, uso y aprovechamiento de los OGM, sus productos
y subproductos (Recuadro
IV.8.3).
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En México se han evaluado y autorizado para consumo
humano 11 productos obtenidos de OGM, los cuales en su
mayoría han sido alterados a fin de conferirles
mayor resistencia a plagas y herbicidas (Recuadro
IV.8.4). Por otra parte, se han autorizado ensayos
con organismos transgénicos en 301 360 hectáreas,
principalmente a la compañía estadounidense
Monsanto (Figura 8.8, Cuadro
IV.8.3). La gran mayoría de los ensayos han
sido efectuados con variedades de algodón (Figura
8.9, Cuadro IV.8.2).
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El organismo encargado de evaluar las solicitudes para
estos ensayos es el Servicio Nacional de Sanidad e Inocuidad
Alimentaria (Senasica), que depende de la Sagarpa. La
labor de Senasica se ha venido intensificando, y cada
vez atiende una mayor número de solicitudes (Cuadro
IV.8.1).
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Referencias
Semarnap. Ley General del
Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente.
Semarnap. México. 1997. |
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