3. SUELOS
 


Los suelos de México

México tiene una compleja historia geológica. Mientras que en varios estados del norte existen rocas antiquísimas, que datan de los albores de la vida, en otras entidades los suelos aún no han cumplido un año de edad. Áreas considerables del territorio nacional emergieron del fondo oceánico, como casi todo el oriente del país; otras han sido conformadas en gran medida por la actividad volcánica, como el cinturón de volcanes que corre de Colima hacia el centro de Veracruz. Así como la península de Baja California hace años que empezó a desgajarse lentamente del resto del territorio, la porción de corteza que ahora es Oaxaca originalmente fue una isla que colisionó contra el continente para formar un escarpado sistema de serranías.

El resultado de estas vicisitudes es la complejidad geológica del territorio, donde se encuentra una gran diversidad de rocas con características y orígenes distintos. Cada roca interactúa en forma diferente con el agua, el clima –de acuerdo con los cambios de temperatura propios de los regímenes atmosféricos de nuestro país– y la biota que habita en su región. El producto de dicha interacción es el suelo (véase Suelo: algunas definiciones). En México, dada su intrincada geología, se han derivado 25 de las 28 unidades de suelo reconocidas por la FAO/UNESCO/ISRIC en 1988 (Mapa III.3.1.1).

Si bien México cuenta con esta gran diversidad de suelos, la mayor parte del territorio nacional está dominado por cinco unidades: leptosoles (24% del territorio), regosoles (18.5%), calcisoles (18.2%), feozems (9.7%) y vertisoles (8.3%), con los que se cubren casi las cuatro quintas partes del país (Figura 3.1, Cuadro III.3.1.1).



Los leptosoles (del griego leptos, delgado) se caracterizan por su escasa profundidad (menor a 25 cm). Una proporción importante de estos suelos se clasifica como leptosoles líticos, con una profundidad de 10 centímetros o menos. Otro componente destacado de este grupo son los leptosoles réndzicos, que se desarrollan sobre rocas calizas y son muy ricos en materia orgánica. En algunos casos son excelentes para la producción agrícola, pero en otros pueden resultar muy poco útiles por dos razones: su escasa profundidad los vuelve muy áridos y el calcio que contienen puede llegar a inmovilizar los nutrientes minerales. Los leptosoles dominan la península de Yucatán, territorio que emergió del fondo oceánico en fecha relativamente reciente, por lo que sus suelos no han tenido ocasión de desarrollarse. En los principales sistemas montañosos también se encuentran leptosoles, allí donde las pendientes y la consecuente erosión imponen una restricción a la formación del suelo. La evolución lenta y la productividad reducida de los desiertos ocasiona igualmente que el suelo sea delgado. Ésta es la razón por la que los leptosoles sean comunes en la Sierra Madre Oriental, Occidental y del Sur, así como en la vasta extensión del Desierto Chihuahuense.

Los regosoles (del griego reghos, manto) son suelos muy jóvenes, generalmente resultado de el depósito reciente de roca y arena acarreadas por el agua; de ahí que se encuentren sobre todo al pie de las sierras, donde son acumulados por los ríos que descienden de la montaña cargados de sedimentos. Las extensiones más vastas de estos suelos en el país se localizan cercanas a la Sierra Madre Occidental y del Sur. Las variantes más comunes en el territorio, los regosoles éutricos y calcáricos, se caracterizan por estar recubiertos por una capa conocida como “ócrica”, que, al ser retirada la vegetación, se vuelve dura y costrosa impidiendo la penetración de agua hacia el subsuelo. La consecuente sequedad y dureza del suelo es desfavorable para la germinación y el establecimiento de las plantas. El agua, al no poder penetrar al suelo, corre por la superficie provocando erosión.

Los calcisoles (del latín calx, cal) se distinguen por presentar una capa dura de “caliche” (véase Los_suelos someros) a menos de un metro de profundidad, una gran cantidad de calcio y, a menudo, una capa ócrica, características que los convierten en suelos secos e infértiles. Los calcisoles se desarrollan bajo climas áridos, por lo que se les encuentra fundamentalmente en el Desierto Chihuahuense.

Hasta aquí hemos mencionado suelos que por lo general contienen poca humedad, son poco profundos y de baja fertilidad debido a sus altos contenidos de calcio. Leptosoles, regosoles y calcisoles cubren 60.7% del territorio nacional. Si a esto sumamos otros suelos comúnmente inadecuados para la agricultura como gleyzems, solonchaks, acrisoles o alisoles (Cuadro III.3.1.1), resulta que cerca de dos terceras partes del territorio nacional no son fácilmente explotables para fines agrícolas.

Los feozems (del griego phaios, obscuro y del ruso zemlja, suelo), por el contrario, son muy fértiles y aptos para el cultivo, si bien son sumamente proclives a la erosión. Con frecuencia son suelos profundos y ricos en materia orgánica. Se desarrollan sobre todo en climas templados y húmedos, por lo que se encuentran recubriendo el Eje Neovolcánico Transversal y porciones de la Sierra Madre Occidental.

Finalmente, los vertisoles (del latín vertere, invertir) son suelos sumamente arcillosos que se desarrollan en climas de subhúmedos a secos. Al igual que los feozems, son profundos, muy duros cuando están secos y lodosos al mojarse (debido a su alto contenido de arcillas), por lo que resulta difícil trabajarlos. Además, su fertilidad es intrínsecamente baja. Sin embargo, la tecnificación de la agricultura tiene resultados notables al lograr en ellos incrementos de producción hasta en diez veces. No es coincidencia que algunas de las zonas consideradas “graneros”, como el Bajío o Sinaloa, cuenten con grandes extensiones de vertisoles.

Feozems y vertisoles representan el 18.0% de los suelos del país. Otros, como los cambisoles, arenosoles, luvisoles, andosoles o kastañozems (Cuadro III.3.1.1) son igualmente adecuados para su explotación agrícola, aunque algunos se erosionan con facilidad. En total representan alrededor del tercio restante de la superficie nacional. En el Cuadro III.3.1.2 se desglosa la cobertura de suelos por entidad federativa.


Existe una clara asociación entre el suelo y la vegetación. Los calcisoles y arenosoles están restringidos prácticamente a las zonas áridas y semiáridas, cubiertas por matorrales y pastizales. Los feozems y andosoles son típicos de los bosques y pastizales templados. La humedad de varias zonas selváticas hace que ciertos suelos que se forman en presencia de grandes cantidades de agua, como los gleysoles y los alisoles, sean más frecuentes bajo esta vegetación(Figura 3.2, Cuadros_III.3.2.3, III.3.2.4, III.3.2.5, III.3.2.6, III.3.2.7, III.3.2.8 y III.3.2.11). El cambio de uso del suelo depende en buena medida del tipo de sustrato. En términos generales, los suelos más aptos para la agricultura son los más explotados.

La proporción de feozems, vertisoles o cambisoles empleados en la agricultura es superior a la media nacional para otros suelos. Por el contrario, los leptosoles, regosoles y calcisoles son utilizados con menor frecuencia. En otros casos es perceptible el efecto de la región. En el norte del país las condiciones de aridez hacen más común el uso del riego para los cultivos y en consecuencia, los calcisoles son aprovechados de manera asidua en la agricultura de riego. En las selvas del golfo y sureste se han inducido extensos potreros, por lo que los gleysoles y alisoles son más comunes bajo la forma de pastizales inducidos de lo que es la media nacional (Figura 3.3, Cuadros III.3.2.9, III.3.2.10 y III.3.2.12).

Dentro de los suelos cultivados hay una variabilidad considerable en términos de su fertilidad. Mientras que Sinaloa es el estado más fértil del país, Tlaxcala tiene un índice de fertilidad de apenas la séptima parte que el sinaloense, siendo la entidad con los suelos más pobres (Mapa 3.1). Sin embargo, el uso del suelo con fines agrícolas no está relacionado necesariamente con su fertilidad; Tlaxcala es el estado con mayor porcentaje de superficie cultivada en el país.

       
 
   
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