La
preocupación de los países por contar con agua
suficiente en cantidad y calidad para sus diferentes actividades
es cada vez mayor. A pesar de que en el planeta existe una
cantidad considerable de agua estimada en 1 400 millones de
km3, sólo el 2.5% es agua dulce y la mayor parte de
la misma se encuentra en forma de hielo o en depósitos
subterráneos de difícil acceso (Figura 4.1).
De esta manera, el agua disponible en teoría para las
actividades humanas sería, en el mejor de los casos,
del 0.01%. Además, esta mínima porción
de agua frecuentemente se localiza en lugares inaccesibles
o está contaminada, lo que dificulta su aprovechamiento
(PNUMA, 2002).
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Bajo estas circunstancias, el agua es considerada como un
factor crítico para el desarrollo de las naciones y,
de hecho, quizá sea el recurso que define los límites
del desarrollo sustentable (FNUAP, 2001), ya que no sólo
es indispensable para el desarrollo económico y social
de la humanidad sino también para el funcionamiento
de los ecosistemas del planeta. De ahí la importancia
de contar con información confiable acerca de la cantidad
y calidad de este recurso, en términos de su disponibilidad,
usos y grado de deterioro, así como con una evaluación
de los efectos que han tenido las diferentes acciones encaminadas
a mejorar la cantidad y calidad del agua disponible para la
gente.
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El análisis de la situación del agua en México
puede abordarse a diferentes escalas. Una evaluación
global del país puede ser útil para la comparación
con otros países o para medir el desempeño
y compromisos adquiridos por México (por ejemplo
con la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económicos (OCDE), de la cual México
es miembro desde 1994). Sin embargo, un análisis
a esta escala resulta de utilidad limitada para identificar
los problemas locales y, por consiguiente, diseñar
los programas pertinentes al interior del país. La
alta heterogeneidad tanto ambiental como social que presenta
el país, requiere un análisis a nivel regional
o estatal que permita una evaluación más acorde
con posibles estrategias de uso y manejo del agua. En este
contexto, a continuación se examina la situación
del agua en México considerando los niveles de país,
región y estado, en función de la información
disponible y su relevancia.
Las características topográficas y geográficas
que tiene México producen una condición hidrológica
muy particular; su tamaño relativamente grande (casi
2 millones de kilómetros cuadrados), la influencia
que tienen los 11 208 km de costa ubicados tanto en el Pacífico
como el Atlántico, su ubicación geográfica,
en particular su relación con los grandes cinturones
de viento y la trayectoria de los huracanes, su complicada
topografía –en gran parte resultado de la actividad
tectónica ocurrida durante el Cenozoico– y
su relieve sumamente accidentado con grandes variaciones
altitudinales, ocasionan intensos contrastes en la disponibilidad
de agua en el país. Así, tenemos que más
de la mitad del territorio (56%) está ocupado por
zonas áridas y semiáridas, donde las lluvias
son escasas, aunque también existen amplias zonas
húmedas y subhúmedas en el sureste (Mapa
4.1).
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La mayor parte
del territorio mexicano (66%) presenta régimen de lluvias
de verano, donde la precipitación se concentra marcadamente
en los meses de junio a septiembre, mientras que en la temporada
de invierno las lluvias son escasas (menores al 10% del total).
El régimen de lluvia intermedio cubre el 31% del país
y corresponde a la frontera norte y a las zonas de mayor precipitación
en el trópico mexicano. Finalmente, una pequeña
porción ubicada en la parte norte de la vertiente del
Pacífico de la Península de Baja California
tiene régimen de lluvias de invierno, que se concentran
en los meses fríos del año.
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Variación
espacial y temporal |
La precipitación promedio anual en México
durante el periodo 1941-2000 fue de 772 mm, lo que se considera
abundante (OCDE, 1998). Sin embargo, esta cifra promedio
resulta poco representativa de la situación hídrica
del país, ya que existe una alta heterogeneidad espacial
y temporal. Así, tenemos estados como Baja California
Sur, donde apenas se registran 199 mm de lluvia en promedio,
mientras que en Tabasco la precipitación es más
de trece veces superior (Cuadro_III.2.1.3).
Los estados localizados en la zona norte ocupan cerca del
50% de la superficie del país y contribuyen sólo
con un poco más del 25% del agua que ingresa al país
por lluvia, mientras que los estados localizados en la parte
sur (Campeche, Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo, Veracruz,
Yucatán y Tabasco), con sólo el 20.6% de la
superficie nacional, reciben el 40.5% de la lluvia (Tabla
4.1).
A nivel de regiones hidrológico-administrativas –una
división del país que establece la Comisión
Nacional del Agua (CNA) con criterios hidrológicos
(Mapa 4.2)– también
son muy claras las diferencias. Las regiones I, II, III
y VI, localizadas en la parte norte del país y que
comprenden el 45% del territorio nacional, reciben el 26.5%
de la precipitación, en contraste con las regiones
administrativas IV, V, X, XI y XII, situadas en la parte
sur del país y que ocupan el 27.5% del territorio,
las cuales reciben en promedio el 49.6% de la lluvia (Tabla
4.2).
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Así como el valor de 772 mm de precipitación
promedio no refleja la heterogeneidad al interior del país,
tampoco muestra las altas variaciones que ocurren entre los
años. Por ejemplo, de 1990 a 1993 la precipitación
fue casi un 14% superior al promedio, mientras que en 1994,
1996 y 1997 estuvo muy por debajo de los 772 mm (7.9, 13.3
y 9.2%, respectivamente). De hecho, considerando a todo el
país desde 1994, la precipitación promedio ha
estado por debajo de la media histórica (Figura 4.2).
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No obstante esta tendencia general, existen diferencias
importantes entre los estados que componen la República
Mexicana con respecto al agua que han recibido por lluvia
en los últimos años. Si se compara el volumen
de agua recibido en algunos estados durante los últimos
11 años (1990-2001) con respecto a su promedio histórico,
Campeche, Coahuila, Distrito Federal, Guanajuato y Puebla
recibieron entre 15 y 20% más de lluvia, mientras
que Durango, Guerrero, Estado de México y San Luis
Potosí sufrieron una disminución de entre
15 y 25%. Durante el periodo de 1994 a 2001, años
en los que se agudizó la disminución de la
lluvia, Durango y el Estado de México sufrieron reducciones
superiores al 30% (Tabla 4.3).
En el último siglo se presentaron cuatro grandes
periodos de sequía: 1948-1952, 1960-1964, 1970-1978
y 1993-1996, que afectaron principalmente a los estados
del norte del territorio nacional. En orden de severidad
por sus efectos desfavorables están: Chihuahua, Durango,
Nuevo León, Baja California, Sonora, Sinaloa, Zacatecas,
San Luis Potosí, Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro,
Hidalgo y Tlaxcala (Cenapred, 2001).
En México se presentan alrededor de 25 ciclones
al año, con vientos mayores de 63 km/h, repartidos
en las costas del Pacífico (60%) y el Atlántico
(40%), de los cuales cuatro, en promedio, tienen efectos
importantes sobre el territorio (Cuadro
I.8.1). La ocurrencia de ciclones tropicales se concentra
entre los meses de mayo a noviembre y generan lluvias intensas
en cortos periodos que incrementan sustancialmente la cantidad
de lluvia que reciben las entidades. Por ejemplo, en noviembre
de 1993, en San José del Cabo, Baja California Sur,
ocurrió una precipitación de 632 mm en un
solo día, valor que es 3.5 veces mayor que la precipitación
total anual promedio del estado. Cabe señalar que
el agua que ingresa por estos meteoros, además de
que frecuentemente ocasiona problemas de inundaciones y
daños a las poblaciones asentadas cerca de las costas,
no es aprovechable en muchos casos, ya que escurre muy rápidamente
vertiéndose al mar.
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