Procesos del cambio de uso
Algunos de los procesos que determinan el
cambio en el uso del suelo han recibido especial atención.
Tal es el caso de la deforestación, que es el cambio
de una superficie cubierta por vegetación arbórea
o forestal, hacia una que carece de ella. La alteración
implica una modificación inducida por el hombre en
la vegetación natural, pero no un reemplazo total de
la misma, como en el caso de la deforestación. La fragmentación
es la transformación del paisaje, dejando pequeños
parches de vegetación original rodeados de superficie
alterada. El cambio de uso del suelo en matorrales no ha recibido
un nombre específico. A veces se le incluye bajo el
rubro de desertificación, en el sentido de que se trata
de “degradación ambiental en zonas áridas”.
De acuerdo con la Ley Forestal, los matorrales también
son superficie forestal, por lo que bien se podría
aplicar el término deforestación; no obstante,
diversos organismos internacionales restringen este concepto
a las zonas arboladas. Debido a las particularidades de los
ecosistemas áridos, así como a los problemas
técnicos que conlleva su estudio, aquí se les
incluye como tema aparte bajo el encabezado de degradación
de matorrales.
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Deforestación
La deforestación es el cambio de uso
del suelo de una superficie arbolada a otra que carece de
árboles. Las selvas y los bosques, por ser vegetación
arbolada, son los únicos que pueden sufrir dicho proceso.
Los principales motivos de preocupación en torno a
la deforestación mundial se refieren al calentamiento
global, a la pérdida de biodiversidad y hábitats
y a la extinción de especies. Los bosques y selvas
(junto con otras cubiertas naturales) son grandes reservas
de carbono en forma de materia orgánica. Al utilizar
el fuego para retirar la cubierta forestal, este carbono es
liberado hacia la atmósfera, donde contribuye al efecto
invernadero. El fuego es el instrumento más frecuentemente
empleado para los desmontes agropecuarios en México,
y se estima que este proceso constituye una importante fuente
de emisiones de gases de invernadero en nuestro país
(su participación equivale a la mitad de las emisiones
del transporte; Semarnap, 1996). Por otro lado, la cubierta
vegetal secuestra el carbono de la atmósfera a través
de la fotosíntesis. Este proceso se reduce notablemente
cuando se retira la vegetación. Podemos apreciar la
excepcional importancia que tienen bosques y selvas para el
desarrollo sustentable si consideramos que el factor que más
contribuye al fuerte “déficit ecológico”
mexicano (véase La
huella ecológica en el capítulo 1) es la
carencia de superficie forestal suficiente para absorber nuestras
emisiones de gases de invernadero.
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La deforestación daña la biodiversidad. Al retirarse
la cubierta forestal no sólo se destruyen varias especies
de manera directa, sino también se modifican seriamente
las condiciones ambientales locales. Muchos organismos son
incapaces de sobrevivir en el nuevo ámbito o, en todo
caso, ven desaparecer recursos que eran vitales para su subsistencia.
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Los
bosques proporcionan servicios invaluables: forman y retienen
los suelos en terrenos con declive, evitando la erosión;
favorecen la infiltración de agua al subsuelo, alimentando
los mantos freáticos, ríos y lagunas, y purifican
el agua y la atmósfera. Por otra parte, brindan diferentes
bienes tales como madera, leña, alimentos y otros “productos
forestales no maderables” (alimentos, resinas, fibras,
medicinas), cuya importancia para la industria y para los
campesinos es muy elevada en México (PNUMA–Earthscan,
2002; FAO, 2001).
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De acuerdo
con la definición de la FAO (que considera que una
zona forestal es aquella que tiene al menos un 10% de su superficie
cubierta por árboles), durante la última década
del siglo XX hubo una pérdida neta anual de más
de nueve millones de hectáreas en el mundo; una tasa
de deforestación del 0.22% anual. Como resultado, hacia
el año 2000 quedaban aún 3 869 millones de hectáreas
de bosques, de los cuales el 1.43% se conservaba en México
(Figura 2.6, FAO, 2001). Esta cifra alcanza el 2.59% si se
incluyen solo bosques cerrados (un bosque cerrado tiene un
40% o más de su superficie cubierta por árboles).
México es uno de los 15 países que, en su conjunto,
preservan las cuatro quintas partes de la superficie de bosques
cerrados del planeta (véase Los_bosques_cerrados),
por lo que Naciones Unidas consideran prioritaria la conservación
de los arbolados mexicanos (PNUMA-NASA-USGS, 2001) |
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A nivel mundial, la región de África es la que
muestra mayores tasas de deforestación, seguida por
América Latina y el Caribe (Figura 2.7). En esta última
región, México es el undécimo país
con mayor tasa de deforestación, sólo superado
por naciones centroamericanas, algunas islas del Caribe y
Ecuador. En cuanto a la superficie deforestada, somos el quinto
país en el mundo que más superficie forestal
pierde al año y el único miembro de la OCDE
donde los bosques se están reduciendo (Figura 2.8).
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El tema de la deforestación en México se
caracteriza por la gran disparidad en las estimaciones que
diferentes fuentes arrojan sobre el particular. Tan sólo
en la última década se han generado cifras
que van desde 316 hasta 790 mil hectáreas al año
(Figura 2.9, Cuadro III.5.3.10).
Esto se debe sobre todo a la diversidad de métodos
aplicados. De acuerdo con una cita de la FAO, en México
anualmente se deforestan 631 000 hectáreas. Esto
representa una tasa de un 1.07% anual. Una cifra similar
aporta la comparación de los inventarios nacionales
(CUSV 1993; IFN 2000 véase Siguiendo
los_inventarios), que arrojan una cifra de 1.15% anual
entre 1993 y 2000. Dichas fuentes sugieren que en ese periodo
se perdieron 5 494 777 hectáreas de bosques y selvas,
o 784 968 hectáreas al año: más de
cinco veces la superficie del Distrito Federal (Tabla_2.1).
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La deforestación depende de factores económicos.
Por ejemplo, la explotación comercial en gran escala
impulsa las elevadas tasas de deforestación en los
estados de Chihuahua y Durango (Mapa
2.2). Los bosques de la zona están constituidos
por extensas zonas dominadas por una especie, lo que hace
que la extracción en cantidades industriales sea
redituable a pesar de los precios relativamente bajos de
la madera. Los modelos económicos predicen que los
precios de la madera promueven el cambio de uso del suelo
cuando son altos –se deforesta para vender–
o cuando son muy bajos –no hay ningún incentivo
para conservar el área forestal. Asimismo, el aumento
de los precios de los productos agropecuarios provoca deforestación,
debido a que los usos no forestales del suelo son más
redituables (Cemda-Cespedes, 2002) o bien el mercado puede
incrementar igualmente la superficie arbolada, como en el
caso del café orgánico (véase Precios_y_medio_ambiente:_los_cafeticultores
chiapanecos).
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De igual forma, un bosque carece de valor
económico cuando la extracción selectiva lo
ha desprovisto de los árboles más cotizados.
Aunque esta actividad no retira toda la cubierta forestal
directamente, su secuela podría ser la deforestación.
Los productores perciben un mayor beneficio económico
al eliminar los bosques empobrecidos y emprender otras actividades
productivas en ellos. Esta lógica puede ser responsable
de que los bosques y selvas perturbados sean desmontados en
mayor proporción que la vegetación primaria
(Figura 2.4). La alteración seguida de deforestación
es la ruta de cambio de uso del suelo más frecuente
en México, en especial cuando se trata de selvas (Cemda-Cespedes,
2002).
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Por otra parte,
las zonas de vegetación secundaria en muchos casos
están cerca de las poblaciones humanas, son más
accesibles y muchas ya fueron cultivadas en el pasado, por
lo que son más proclives a ser deforestadas. En contraste,
las zonas remotas permanecen poco alteradas hasta que se abren
vías de acceso para la extracción de maderas
o petróleo, actividades agropecuarias, etc. Los caminos
permiten la creación de nuevos asentamientos humanos
dedicados a la ganadería y la agricultura, actividades
que impiden la regeneración de la vegetación
e intensifican la deforestación. En Brasil, por ejemplo,
se ha encontrado que el 86% de la deforestación ocurre
a menos de 25 kilómetros de los caminos previamente
abiertos en un periodo de cinco años (WRI, 2000; Challenger,
1998). |
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Por todo lo anterior, las actividades agropecuarias están
identificadas como las mayores responsables de la deforestación
en México (Figura 2.10). Los desmontes ilegales son
la segunda causa. Las cifras sobre esta actividad están
incompletas en muchos casos (no es sino hasta 1997 que se
tiene información de 17 entidades; no hay registros
anteriores a esta fecha) y las fuentes son poco congruentes.
Los incendios forestales ocupan el tercer lugar entre las
causas de deforestación. Prácticamente la
mitad de ellos se relacionan con la actividades agropecuarias
tales como la roza, tumba y quema o la renovación
de pastizales por quema. En los casos donde no se toman
precauciones, el fuego puede salirse de control.
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A menudo, una zona que
ha sufrido un incendio no se recupera, ya que es ocupada inmediatamente
para otros usos como el agropecuario o el urbano. Es un hecho
que buena parte de los incendios son provocados clandestinamente
con la finalidad de invadir zonas arboladas protegidas por
la ley o las instituciones locales. Por último, los
incendios accidentales provocados por personas irresponsables
al dejar encendida una fogata o una colilla de cigarro generan
un porcentaje importante de conflagraciones (Figura 2.11). |
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El número de incendios y la superficie siniestrada
han aumentado en forma sostenida a lo largo de los últimos
30 años (Figura 2.12, Cuadros_III.5.3.1
y III.5.3.2). Cerca de
una quinta parte de la superficie afectada se encuentra
en bosques y selvas (Figura 2.13, Cuadro_III.5.3.3).
La intensificación de los incendios se puede atribuir
a varios factores: 1) La práctica de prevención
de combate al fuego. Paradójicamente, en el intento
por prevenir incendios en los bosques se suele acumular
material inflamable, como hojas y ramas secas, en cantidades
cada vez mayores, De tal suerte que si llega a presentarse
una conflagración, adquiere dimensiones incontenibles.
2) Algunos fenómenos meteorológicos pueden
estar relacionados con los incendios. En Yucatán,
los huracanes de gran magnitud generalmente van seguidos
por siniestros descomunales, como sucedió en Sian
Ka’an en 1989 tras el huracán Gilberto (López-Portillo
et al., 1990). También de gran importancia es el
fenómeno oceánico y meteorológico conocido
como “El Niño”, que provoca sequías
y aumento de la temperatura en México (véase
El Niño_propicia los
incendios forestales).
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El calentamiento global podría ocasionar un recrudecimiento
de los incendios forestales en el futuro. 3) Incremento
de las actividades humanas que provocan fuegos, o cambio
del régimen de incendios debido a alteraciones humanas
del sistema (véase la sección siguiente).
Desgraciadamente no se cuenta con estadísticas que
nos permitan evaluar la contribución del factor humano
al incremento de los incendios.
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Las zonas más fuertemente afectadas por los incendios
se distribuyen a lo largo de las grandes cordilleras de
México, así como en algunas selvas del sureste.
En 2000, Durango, Chiapas y Chihuahua fueron las entidades
con las mayores superficies siniestradas, aunque en proporción
a la cobertura de vegetación natural por estado,
el Distrito Federal, Tlaxcala y México fueron los
más afectados (Cuadro
III.5.3.2, Mapa_2.7).
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Alteración de bosques y selvas
De acuerdo con el IFN 2000, el 40% de la cubierta forestal
del país está perturbada. La CUSV reporta
una cifra mayor (43.6%) para 1993. Esto es producto de la
falta de congruencia metodológica entre fuentes más
que de una reducción efectiva de la vegetación
secundaria (véase Siguiendo_los_inventarios
en este capítulo para los detalles). El análisis
de cambio de uso del suelo generado dentro del IFN 2000
arrojó una tasa de crecimiento de la vegetación
secundaria de 1.7% anual, que se mantuvo constante desde
1976. Una comparación de las CUSV de 1976 y 1993
(más confiables cuando se trata de vegetación
secundaria) proporciona una estimación muy distinta:
con un 3.43% anual, la alteración de bosques y selvas
constituye uno de los procesos de cambio de uso del suelo
más rápidos de nuestro país.
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Las cifras de deforestación
que se mencionaron en la sección previa no consideran
el deterioro de la vegetación. Cuando en una localidad
boscosa hay cada vez menos árboles, no se registra
el cambio de uso mientras la cobertura arbórea se mantenga
por arriba de un valor crítico (por ejemplo, el 10%
para la FAO). Cuando el umbral es rebasado, entonces se dice
que la deforestación tiene lugar. Tomemos como ejemplo
las bajas tasas de deforestación de bosques entre 1976
y 1993 (Figura 2.3). Mientras que la superficie boscosa total
casi no se redujo en el periodo, la superficie de bosques
primarios sí se vio muy menguada (Figura 2.14). La
tasa anual de deforestación y alteración combinadas
fue de 0.93% anual entre 1976 y 2000, cifra diez veces superior
a la tasa de deforestación sensu stricto, de 0.09%.
Para el periodo 1993-2000 ocurre algo semejante, con tasas
anuales de 0.77% (sólo deforestación) y 3.24%
(deforestación y alteración). Estas tendencias
nos muestran el enorme impacto que los procesos de alteración
tienen sobre nuestro territorio. A pesar de ello, normalmente
no se les da la importancia debida.
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Una porción considerable de la vegetación
perturbada que reportan los inventarios de uso del suelo
es resultado de la regeneración de sitios que fueron
deforestados. En los demás casos, la vegetación
primaria se ha ido deteriorando sin que los árboles
hayan sido removidos de manera simultánea.Desafortunadamente,
no hay datos sobre la importancia relativa de cada vía
para el crecimiento de la superficie alterada. Debido a
que la primera es producto de la deforestación, analizada
en la sección previa, aquí nos concentraremos
en la alteración paulatina.
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La forma de
alteración más parecida a la deforestación
es la extracción selectiva de maderas. A diferencia
de los bosques templados, en las selvas coexisten decenas
de especies de árboles por hectárea. La mayoría
de ellos carecen de mercado, por lo que su aprovechamiento
es incosteable. Dispersas entre estos árboles crecen
maderas preciosas como la caoba (Swietenia) y el
cedro rojo (Cedrela), que son taladas sin derribar
las plantas circundantes. No obstante, se estima que durante
el proceso de tala de un árbol como la caoba se daña
entre 30 y 50% de la vegetación adyacente (Kartawinata,
1979 en Challenger, 1998). Otra forma de explotación
de la madera es la extracción de árboles o ramas
para obtener leña. A pesar de que la prohibición
local de cortar leña en pie es común en México,
la práctica subsiste debido a la necesidad del combustible.
La quinta parte de los mexicanos utilizan leña para
cocinar y consumen cerca de 36 millones de metros cúbicos
anualmente (64% de la producción maderera del país,
según Conafor, S/F). La superficie de la cual se extrae
tal cantidad de energéticos debe ser enorme. La extracción
de leña y maderas preciosas no sólo afecta directamente
a esos recursos: Durante el proceso de tala de un árbol
como la caoba se daña entre el 30 y el 50% de la vegetación
adyacente (Kartawinata, 1979 en Challenger, 1998). Además,
ambos procesos implican la apertura de caminos que son la
puerta de entrada para actividades como la ganadería
o la agricultura.
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Hasta aquí
los pastizales han sido señalados como indicadores
de uso ganadero debido a que son fácilmente cartografiables
y se conoce con precisión su extensión. Sin
embargo, la ganadería extensiva también tiene
lugar dentro de los bosques y selvas, alterando grandes superficies.
El ganado afecta directamente estos ecosistemas a través
del pisoteo y el consumo de las plantas silvestres que ahí
crecen. Estas alteraciones perturban a su vez el ciclo hidrológico,
el suelo y la vegetación en su conjunto, desembocando
en erosión, pérdida de biodiversidad e incendios
(Figura 2.15). |
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Uno de los efectos de la
alteración es la modificación del microclima,
que se vuelve más seco y caliente. Esto se debe en
gran medida a que la cubierta vegetal reducida permite tanto
el paso del viento (que generalmente es más seco fuera
de las zonas arboladas) como de la radiación solar
hacia el interior de la zona forestal. Si a esto se suma que
actividades como la obtención de leña incrementan
la cantidad de materia combustible en el suelo, las condiciones
están dadas para los incendios forestales. Durante
el evento de El Niño de 1997-1998 en Indonesia se pudo
corroborar que la vegetación alterada se incendió
espontáneamente con mucha mayor frecuencia que las
selvas primarias (Page et al., 2002). Esto mismo ocurrió
en México, la superficie estatal que fue afectada por
los incendios asociados al evento de El Niño de 1997-1998
estuvo determinada en un 46.5% por la cantidad de bosques
secundarios en la entidad. Aquellos estados que carecían
de bosques secundarios prácticamente no sufrieron los
efectos de El Niño (Figura 2.16). |
Lo más
grave es que una vez que una zona se incendia se vuelve más
susceptible a siniestros posteriores, los cuales además
pueden ser más intensos debido a la acumulación
de materia vegetal muerta tras una conflagración (WRI,
2000). De este modo, la alteración humana de los bosques
puede generar un “círculo vicioso” donde
los incendios forestales son cada vez más frecuentes
e intensos. Es muy importante determinar el papel de este
proceso en la creciente frecuencia de las conflagraciones
en México (Figura 2.12).
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En todos los
procesos que se han citado hay un denominador común:
la alteración acarrea más degradación.
Así, la vegetación secundaria es deforestada
más rápido que la primaria (Figura 2.4), los
accesos abiertos para la extracción de maderas preciosas
permiten a campesinos y ganaderos colonizar nuevas zonas,
la ganadería extensiva provoca erosión, la corta
de leña promueve incendios y la vegetación perturbada
es mucho más susceptible a las catástrofes naturales
(como huracanes, sequías o incendios) que la vegetación
primaria. Todo esto se debe a que los procesos de alteración
interactúan unos con otros en forma sinérgica.
Sus resultados pueden ser despreciables en un inicio, pero
la sinergia acelera las tasas de cambio, hasta que se desencadenan
procesos de deterioro irreversibles. A esto se le conoce como
“cambios catastróficos”, y es precisamente
en el ámbito de la ganadería que se han documentado
con más detalle (véase Cambios_catastróficos).
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Mientras que
la deforestación es típicamente una forma de
disturbio agudo, la alteración corresponde a la forma
crónica, cuyos efectos son acumulativos, sinérgicos
y cada vez más veloces, hasta volverse irreversibles
(véase Disturbio
natural, agudo y crónico en el capítulo
1). Cabe señalar que el disturbio crónico está
ligado a los sistemas productivos tradicionales y que éstos
están sufriendo procesos importantes de intensificación
(véase la sección “La esfera social y
el medio ambiente” en el capítulo 1). Es necesario
poner especial atención a los cambios que en este sentido
se están desarrollando en el campo marginado de México. |
Degradación de matorrales
Los matorrales, huizachales y mezquitales
que caracterizan las zonas áridas y semiáridas
de México también han sido deteriorados por
la acción humana. Sin embargo, en muchos casos la degradación
de esta vegetación no recibe la importancia debida,
puesto que se le considera más un problema que un recurso.
Es frecuente la concepción errónea de que los
desiertos son un producto indeseable de las actividades humanas.
De hecho, a menudo se habla de “convertir el desierto
en un vergel” a fin de remediar sus pobres condiciones.
La realidad es que los desiertos mexicanos son ecosistemas
ricos en especies, muchas de ellas endémicas y con
importancia económica y cultural a escala local y regional. |
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Las estimaciones de la tasa
con la cual los matorrales son transformados a otros usos
del suelo son más variables que en el caso de la deforestación.
A pesar de que a lo largo del tiempo los datos sugieren una
aceleración en las tasas de destrucción (Figura
2.17), es probable que ello sea más el resultado del
uso de diferentes métodos que un reflejo de la realidad.
De acuerdo con los inventarios nacionales, los matorrales
constituyen la vegetación que está siendo transformada
más lentamente (Figura 2.3). Se trata del ecosistema
que se preserva en mayor proporción como vegetación
primaria (85% de la superficie remanente). |
Al mismo tiempo,
es el ecosistema que ha sido afectado más ampliamente.
Considerando en conjunto tanto los matorrales primarios como
los secundarios, ambos abarcan apenas 64% de su extensión
original (Figura 2.2).
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El matorral adquiere
una gran diversidad de formas aun dentro de un espacio reducido.
La vegetación que es resultado de la alteración
en un sitio puede ser perfectamente natural en otro. Por ello
es sumamente difícil reconocer cómo debió
ser la vegetación primaria de un sitio dado o si se
trata de una localidad con vegetación secundaria. Si
se emplea percepción remota la situación es
más complicada todavía. Por esta razón
se han abordado técnicas alternativas para determinar
si una zona está degradada o no. Considerando que la
gran mayoría de los matorrales se emplean para la ganadería,
un análisis realizado por el INE muestra que el número
de cabezas de ganado rebasa la capacidad máxima del
ecosistema en muchos municipios. De acuerdo con estos datos,
70% de los matorrales están sobreexplotados y, por
lo tanto, en proceso de degradación. Esta cifra es
muy diferente del 15% reportado en el IFN 2000 o el 13% de
la CUSV 1993. Según el estudio del INE, sólo
los matorrales del oriente de Coahuila, el Desierto de Altar
y la porción central de la península de Baja
California no están sobrepastoreados. El sobrepastoreo
afecta 95% de los pastizales naturales de México, que
de manera predominante crecen en el norte árido de
la República ( Mapa_2.8).
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Cuando se habla
de incendios generalmente se piensa en las imágenes
de bosques en llamas que los medios difunden. Sin embargo,
en nuestro país los pastizales y los matorrales son
los más afectados por el fuego (Figura 2.13). Además,
el porcentaje de la vegetación dañada es mucho
mayor que en las zonas arboladas (Figura 2.18).
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Los matorrales son ecosistemas sumamente frágiles.
Así lo revela el hecho de que en las regiones de
clima seco, es el tipo de vegetación sea el más
afectado de cuantos ahí crecen (véase la sección
“Zonas secas: la amenaza de la desertificación”
en el capítulo 3). En especial, la ganadería
tiene un efecto muy destructivo sobre los matorrales, puesto
que cuando se elimina este factor de deterioro en las proyecciones
de uso del suelo se obtienen las menores reducciones en
la superficie de matorrales (véase ¿Hacia_dónde
va_el_uso_del_suelo?). El ganado, como la mayoría
de los procesos de alteración señalados antes,
tiene un efecto muy similar sobre las zonas áridas.
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Sin embargo, los ritmos ecológicos de los desiertos
se cuentan entre los más lentos del mundo. Así,
los efectos de las actividades humanas tardan mucho tiempo
en ser borrados por el ecosistema, por lo que las consecuencias
de nuevas perturbaciones se van acumulando. Consecuentemente,
la vegetación de las zonas secas es muy susceptible
a los procesos de alteración, ya que la aceleración
y sinergia típicos del disturbio crónico son
muy intensos; de hecho reciben un nombre especial: desertificación.
Generalmente la desertificación se cuantifica a partir
de sus efectos sobre el suelo, por lo que el tema se trata
más ampliamente en la sección “Zonas secas:
la amenaza de la desertificación” del capítulo
siguiente.
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Fragmentación
Cuando la vegetación original de una
zona es retirada, con frecuencia quedan pequeños manchones
intactos inmersos en áreas sumamente degradadas. Las
barrancas y las cúspides de montañas y cerros
constituyen los únicos remanentes de vegetación
que quedan en muchas regiones de México. Estas “islas”
de vegetación generalmente albergan menos especies
que una superficie equivalente incluida dentro de una gran
extensión de vegetación ininterrumpida. Algunas
especies no pueden vivir en los fragmentos pequeños
y numerosos procesos de degradación tienen lugar en
los bordes (véase Islas,_jaguares_y_ventiscas).
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Por todo esto, cuando se busca conservar la vida silvestre
no basta conocer la superficie que abarca la vegetación.
No es lo mismo contar con una gran masa selvática
de 100 000 hectáreas que con cien fragmentos de mil
hectáreas cada uno. Sin embargo, se han hecho pocos
esfuerzos para conocer la magnitud del problema. Un trabajo
pionero ha presentado las primeras estimaciones para selvas
y bosques a nivel mundial. Las cifras son alarmantes: apenas
35% de la superficie arbolada no está fragmentada
(formando zonas continuas de más de 80 km2) ni sufre
efectos de borde (se encuentra a más de 4.5 km de
un borde). Si bien en Norte y Centroamérica la proporción
es mayor (45%), tomando sólo los datos para los tipos
de vegetación que hay en México, la cifra
desciende a 33%. Las selvas constituyen los ecosistemas
más fragmentados (Ritters et al., 2000; véase
Un_mundo_fragmentado).
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Los datos más
detallados sobre fragmentación para el caso de México
proceden del Inventario Forestal Nacional Periódico
de 1994. De acuerdo con dicha fuente, 18% de las masas forestales
mexicanas está fragmentado (Figura 2.19) y las selvas
son las más afectadas. La diferencia entre el IFNP
1994 y el estudio de Ritters y colaboradores se debe con seguridad
a que el primero clasifica como fragmentadas aquellas zonas
donde los fragmentos son muy pequeños y se encuentran
muy entremezclados, dejando de lado los fragmentos medianos
y grandes, que sí son considerados en el segundo trabajo.
El valor de los datos del IFNP es que nos permite comparar
regiones dentro de México. En general, los estados
del sur y sureste del país son los más afectados
(Mapa_2.9). |
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