Gestión
Para lograr una gestión adecuada
del uso del suelo en el país es necesario contar con
la información pertinente que nos permita conocer la
situación del mismo. La legislación mexicana
establece que los inventarios forestales (que debieran realizarse
cada diez años) consideren los diferentes usos del
suelo. Sin embargo, no existe un marco normativo que posibilite
la comparación entre inventarios de diferentes fechas
sin ambigüedades. Es urgente desarrollar una norma que
especifique la metodología que debe emplearse y, sobre
todo, las categorías que deben contener los inventarios.
También es necesario concluir la verificación
de campo del IFN 2000 a fin de conocer la exactitud de los
resultados preliminares con que se cuenta actualmente. Dicho
estudio debiera concentrase en las incongruencias que existen
con la CUSV 1993 para permitir, en la medida de lo posible,
la comparación entre inventarios.
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Ante
la magnitud de la deforestación, el Gobierno de México
ha declarado que los bosques son asunto de seguridad nacional.
Por ello se ha lanzado la Cruzada por los bosques y el agua,
que durante año y medio buscará reforzar las
acciones para su conservación y restauración
dentro de un marco integral que abarque tanto lo ambiental
como lo social (véase Cruzada
por los bosques y el agua). El Estado cuenta con numerosos
instrumentos para regular el cambio de uso del suelo. Las
areas naturales protegidas son uno de ellos, ya que permiten
regular o incluso prohibir la transformación de la
cubierta vegetal. Aun fuera de dichas áreas, cuando
la superficie que se pretende desmontar excede las diez hectáreas
es obligatorio solicitar un permiso especial, para lo que
se requiere de una manifestación de impacto ambiental.
La extensión de los cambios autorizados ha oscilado
en el tiempo, aunque se nota un aumento notable en las medidas
para compensar el deterioro. En 2001 la superficie concertada
casi duplicó la autorizada para su desmonte (véase
Cambios_de_uso_del_suelo_autorizados
y Cuadros III.3.2.17,
III.3.2.18 y III.3.2.19).
Si bien en este sentido el programa ha tenido éxito,
el grueso de la superficie vegetal que sufrió cambio
de uso en el periodo 1993-2000 no contó con autorización
(Figura 2.25).
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La Procuraduría Federal de Protección al
Ambiente (Profepa) inspecciona periódicamente algunas
zonas consideradas como prioritarias para evitar la deforestación.
Éstas son las áreas naturales protegidas,
las zonas donde hay aprovechamientos forestales autorizados
y las zonas críticas: regiones donde la destrucción
de la vegetación natural ha alcanzado tasas muy altas.
Actualmente se reconocen 100 áreas críticas
en 383 municipios, concentrados sobre todo a lo largo del
Eje Neovolcánico Transversal y el sur de México
(Mapa_2.12, Cuadro_IV.3.1.4).
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La mayoría de estos municipios coinciden con áreas
naturales protegidas. El número de áreas y
municipios críticos por estado no necesariamente
es mayor donde la deforestación ha sido más
grande (por ejemplo, Chihuahua o Durango). Esto podría
ser resultado de que la superficie de los municipios es
diferente entre estados, pero aún no se cuenta con
estimaciones sobre la extensión de las zonas críticas.
Profepa realiza más de 12 mil inspecciones y rondas
anualmente en las áreas prioritarias. Este número,
en especial en lo que se refiere a rondas, ha aumentado
notablemente desde 1995 (Figura 2.26).
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Otro
frente de lucha contra la deforestación es el Programa
para la Prevención y Combate de los Incendios Forestales.
Sus acciones tienen lugar a varios niveles, tales como la
prevención, el pronóstico o el combate directo.
Entre las prácticas de prevención se cuentan
brechas cortafuego, quemas prescritas, educación ambiental
y acciones legales (véase Prevención_de_incendios_
forestales). Para el pronóstico de incendios se
cuenta con el apoyo del Servicio Meteorológico Nacional,
que proporciona información sobre sequías o
altas temperaturas. Mediante un acuerdo con el Ministerio
de Recursos Naturales de Canadá se administra el Sistema
de Información de Incendios Forestales de México.
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Con este instrumento se genera un índice de riesgo
de incendios basado en datos meteorológicos, la cantidad
de materia combustible y la topografía, entre otros.
A partir de esta información se elabora una representación
cartográfica que señala los puntos donde se
pueden presentar incendios más severos. La detección
de incendios en curso se realiza mediante avistamientos desde
torres, aviones o vehículos terrestres. La Universidad
de Colima y la Conabio constantemente monitorean vía
satélite los “puntos de calor” del territorio,
que son zonas donde tienen lugar los incendios. Todo esto
permite acudir lo antes posible a los sitios afectados para
combatir el fuego. La implementación de estos programas
ha permitido reducir en forma sostenida la duración
de los incendios forestales desde 1998 (Figura 2.27). Los
estados del centro del país y Baja California son los
más eficientes en cuanto al tiempo requerido para extinguir
el fuego, mientras que en Tabasco, Campeche, Quintana Roo
y Coahuila la duración de un incendio en promedio sobrepasa
los dos días ( Mapa_2.13,
Cuadro III.5.4.1).
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Una de las acciones que mayor atención ha recibido
es la reforestación. Esta práctica se ha realizado
por lo regular con información insuficiente, especies
inadecuadas y muy poco seguimiento. Consecuentemente, muchos
esfuerzos no han tenido el éxito deseado. Por ello
se creó el Programa Nacional de Reforestación
(Pronare), cuyos objetivos fundamentales son, entre otros,
resolver dichos problemas a través de una reforestación
apropiada en sitios estratégicos (véase Programa
Nacional de Reforestación (Pronare)).
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En gran medida el éxito de un programa de reforestación
depende de las especies que sean empleadas. Debido a la
gran heterogeneidad climática del territorio mexicano,
una misma especie no puede ser empleada en todas partes
y diferentes plantas son requeridas para sitios específicos.
Además, para que la reforestación tenga un
componente adecuado a la conservación ecológica,
es preferible utilizar especies nativas. En estos casos
la reforestación puede considerarse como restauración
ambiental. Se han reconocido no menos de 68 especies nativas
apropiadas para la reforestación (Cuadro_III.5.4.13).
Por la aridez generalizada en México, la mayoría
de estas especies pertenecen a la familia de las mimosáceas.
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Tomando en cuenta
lo anterior, el número de especies empleadas para la
reforestación se ha incrementado notablemente. Esto
plantea una serie de necesidades, tales como el disponer de
semillas de diferentes especies. Con esta finalidad se crearon
distintos bancos de germoplasma, la mayoría de los
cuales se encontraba en 2001 bajo control de la Semarnat y,
en menor proporción, de la Secretaría de la
Defensa Nacional (Figura 2.28, Cuadro_III.5.4.9).
Actualmente, los bancos de germoplasma pertenecen a la Conafor.
Sin embargo, dichos bancos aún se encuentran muy orientados
hacia el esquema tradicional de reforestación.
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Esto se puede observar
en la gran representación que tienen las coníferas
en comparación con el escaso número de éstas
consideradas como especies potenciales para la restauración
(Figura 2.29). Por el contrario, se descuidan otras especies
de escaso valor económico, pero importantes para la
restauración como son varias leguminosas (mimosáceas
y cesalpináceas). Es claro que en el pasado se privilegiaron
aquellas especies que podían ser empleadas con fines
productivos, tales como pinos, eucaliptos (mirtáceas)
o cítricos (rutáceas). A partir de 2002, el
Pronare no incluye al eucalipto ni a los frutales dentro de
su programa de reforestación, mientras que para el
año 2004 contempla 147 especies, de las cuales 27 son
pinos y las restantes corresponden a especies nativas de la
zona y con algún uso para la comunidad.
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Entre 1993 y 2001 se produjeron y sembraron más
de 2 000 millones de plantas en 1.2 millones de hectáreas
a lo largo de todo el territorio nacional (Cuadros
III.5.4.14, III.5.4.15
y III.5.4.16). A partir
de 1997 el número de árboles plantados anualmente
se ha mantenido más o menos constante, excepto por
el retroceso sufrido en 2001. La superficie reforestada,
que se venía incrementando en forma sostenida, también
se redujo en ese mismo año (Figura 2.30). Si bien
las metas del Pronare para 2002 significan una recuperación
sustancial, no alcanzan a restablecer los niveles de 2000.
Los sitios de la reforestación se han modificado
a lo largo del tiempo. En 1994 prácticamente la mitad
de los árboles fueron sembrados en zonas urbanas.
Desde entonces la proporción de transplantes a zonas
rurales ha crecido notablemente; en la actualidad más
de nueve de cada diez plantas son ubicadas en el campo.
La reforestación rural restituye la cubierta forestal,
retiene suelos y favorece la recarga de los mantos acuíferos,
por lo que el impacto de esta actividad en el medio ambiente
es más favorable a la conservación que la
siembra en las ciudades, donde sirve para fines estéticos
y de recreación.
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Comparada con la superficie nacional, la extensión
reforestada representa el 0.4%. Sin embargo, la superficie
donde se ha restituido la vegetación entre 1993 y
2001 es muy grande y equivale a cubrir con árboles
cerca de dos veces el estado de Tlaxcala. La reforestación
ha sido más intensa en el Distrito Federal y algunos
estados aledaños, donde la proporción de la
superficie beneficiada es superior al 2.5% de la entidad,
porcentaje muy por arriba de la media nacional. Por el contrario,
en los estados del noroeste la cifra es mínima, con
apenas un 0.05% o menos de su superficie reforestada (Mapa_2.14).
Si se comparan la deforestación y la reforestación,
resulta que tenemos un déficit importante en el uso
de las zonas arboladas. Entre 1993 y 2000 se reforestó
una superficie equivalente al 18.9%* de lo que fue destruido
en el mismo periodo (Figura 2.31).
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Las entidades donde la diferencia entre reforestación
y deforestación es mayor son Yucatán y los
estados del noroeste (Mapa_2.15).
Es preocupante que Chihuahua esté entre los estados
que resintieron más fuertemente la caída de
2001 en la reforestación, ya que es una de las entidades
con mayor tasa de pérdida de bosques. Por el contrario
Durango, el otro estado norteño en esta situación,
registró un incremento en los esfuerzos de restauración
en ese año.
La recuperación de la vegetación alterada
sigue sin recibir la atención que merece. Sin embargo,
algunos pasos se han empezado a dar en este sentido. Uno
de los objetivos centrales del Programa de Desarrollo Forestal
(Prodefor) es fomentar la recuperación de la capacidad
productiva de los ecosistemas forestales a través
de acciones de restauración y conservación.
Se reconoce que los sistemas agropecuarios extensivos –que
se cuentan entre los agentes más importantes de alteración
en México– tienen una baja rentabilidad y que
es más redituable reconvertirlos en zonas arboladas.
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Esto se promueve actualmente
a través del Programa de Desarrollo de Plantaciones
Forestales Comerciales (Prodeplan). Ambos programas fomentan
a su vez el manejo sustentable de los bosques nativos, promueven
su permanencia e incrementan su productividad natural y la
diversificación productiva.
Las políticas que se han aplicado en el campo han repercutido
en el uso del suelo. Por ejemplo, los certificados de inafectabilidad
que se extendieron por muchos años a los poseedores
de terrenos ganaderos fueron un incentivo para que grandes
extensiones del territorio nacional fueran transformadas en
potreros. Para asegurar la posesión de la tierra, los
terrenos comunales y ejidales parcelados no deben permanecer
ociosos, lo que tradicionalmente se ha percibido como un mandato
para mantener desmontadas las tierras y bajo algún
uso agropecuario.
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Lo cierto es que prácticamente toda la vegetación
natural del país se encuentra bajo régimen
de propiedad común (Figura 2.32, Cuadros_II.2.1.3
y II.2.1.4). Se desconoce
hasta qué punto programas como Procampo, en el cual
un agricultor recibe un apoyo proporcional a la extensión
de tierra que cultiva, han fomentado indirectamente el desmonte.
La nueva Ley para el Desarrollo Rural Sustentable tiene
como proposito regular las actividades agropecuarias a fin
de reducir su impacto sobre el uso del suelo. Pongamos por
ejemplo el Programa de Recuperación de Tierras de
Pastoreo, uno de los componentes de la Alianza por el Campo.
Dicho programa busca incrementar de modo sostenible la disponibilidad
de forraje por unidad de superficie en tierras de pastoreo
con gramíneas, leguminosas y otras plantas forrajeras,
así como la tecnificación y modernización
de la infraestructura productiva para un mejor manejo de
las unidades de producción. Un programa de esta naturaleza
liberaría a la vegetación natural de la enorme
carga que representa la ganadería extensiva, siempre
y cuando se logre la concentración de los animales
en una superficie más reducida pero más productiva.
Por el contrario, si el programa propicia el crecimiento
de la frontera pecuaria a costa de la vegetación
natural, sus efectos en el medio ambiente serán perjudiciales.
Por su parte, el Programa Especial Concurrente para el Desarrollo
Rural Sustentable debe vigilar que la tecnificación
en el campo incluya la dotación de recursos naturales,
su uso sustentable y el entorno socioeconómico y
cultural de los productores rurales.
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La proporción puede ser menor en el caso de que parte
de las superficies reforestadas hayan sido consideradas como
vegetación primaria o secundaria en los inventarios
nacionales del uso del suelo.
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