Factores relacionados al cambio de uso del suelo
Se han señalado diferentes procesos
como responsables del cambio de uso del suelo. Los modelos
más simplistas indican que el crecimiento poblacional
es el responsable del incremento de la superficie cultivada
o destinada al ganado, puesto que es necesario alimentar a
cada vez más población. Sin embargo, en las
últimas décadas la superficie agropecuaria creció
más lentamente que la población mundial debido
en parte a que la producción es más eficiente.
Vale la pena entonces analizar los efectos del crecimiento
de la llamada “frontera agropecuaria” sobre los
procesos de cambio de uso del suelo. Y, finalmente, el crecimiento
de las ciudades es otra fuente destacada de modificaciones
en esta materia.
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Población
Sin duda, la población es decisiva
por la magnitud del territorio que es utilizado por el hombre.
En México, la cobertura antrópica (potreros
y cultivos) de los estados está determinada en un 65%
por la densidad poblacional actual. Sin embargo, la correlación
es más fuerte con la densidad poblacional en el pasado
que con la densidad presente. La situación demográfica
en 1950 determina en un 75% la cantidad de terrenos utilizados
actualmente (véase La inercia_del_pasado). |
Este desfase histórico en el uso del suelo es, en
parte, el resultado de los cambios en la estructura de la
ocupación de la población. Conforme una proporción
menor de mexicanos se dedica al sector primario, se va desacoplando
la densidad poblacional y la cantidad de suelo que se emplea
para agricultura y ganadería. Por ello en 1976, cuando
la población se empleaba en el campo más que
hoy en día, los datos de uso del suelo estaban determinados
mucho más fuertemente por la densidad poblacional
de aquel entonces de lo que ocurre actualmente (Figura 2.20).
Por lo tanto, la densidad de personas ocupadas actualmente
en el sector primario debiera corresponder mejor con la
cobertura de cultivos y pastizales ganaderos que la densidad
poblacional total. De hecho, así sucede (coeficiente
de determinación = 75%), aunque aún se percibe
cierta inercia histórica (véase Ocupación,
migración_y_uso_del_suelo). Estos datos sugieren
que los cambios que hoy sufra la población campesina
no se manifestarán sobre el uso del suelo sino hasta
dentro de unas décadas. A pesar de que la población
rural ha dejado de crecer recientemente (Figura 1.3), se
puede esperar que la inercia histórica mantendrá
a la frontera agropecuaria en crecimiento por varios años.
El aumento de la población urbana sin duda ejercerá
también una presión sobre el uso agropecuario
del suelo, aunque su efecto no se manifieste necesariamente
a escala estatal.
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La cobertura forestal remanente se encuentra fuertemente
concentrada en las zonas indígenas del país,
que son poseedoras del 60% de los bosques de México
(Poder Ejecutivo Federal, 2001). Una superficie importante
de las zonas críticas ambientales para la protección
de los recursos forestales se localiza en zonas de extrema
pobreza, especialmente en la Sierra Madre Oriental y la
Selva Lacandona (Mapa_I.5.1);
aunque cabe señalar que la concordancia observada
en este mapa no es casual, ya que uno de los criterios para
la definición de las zonas críticas fue precisamente
la marginación de sus habitantes.
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En los estados más pobres y con mayor población
indígena también se aprecia que es mayor tanto
la fragmentación de bosques y selvas como la proporción
de vegetación perturbada (véase La_pobreza_y_el_estado_de_la_vegetación).
Esto se encuentra ligado a algunas prácticas tradicionales,
cuyo efecto en el medio a través de la alteración
puede ser clave (véase “Alteración de
bosques y selvas” en este capítulo). De ahí
que sea necesario abordar directamente los efectos ambientales
de las actividades agropecuarias.
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Crecimiento de la frontera agropecuaria
La conversión de terrenos hacia usos
agropecuarios es una de las causas más importantes
de deforestación en América Latina (FAO, 2001).
La superficie cultivada en México en 2000 fue de 20.2
millones de hectáreas. No obstante, el IFN 2000 reportó
en ese mismo año que 32.8 millones de hectáreas
se encontraban bajo uso agrícola. Es decir, hubo 12.6
millones de hectáreas abiertas a la agricultura que,
sin embargo, no se ocuparon en ese momento. Parte de esta
superficie pudo estar en un breve descanso, o bien fue abandonada
tiempo atrás pero sin que se haya desarrollado vegetación
secundaria. Este último fenómeno es más
importante en las zonas áridas, donde los ritmos de
recuperación de la vegetación son más
lentos (véase ¿Le_damos
tiempo_a_la_naturaleza?). En muchos casos son los propios
agricultores quienes impiden que la vegetación se desarrolle.
A menudo se percibe que una parcela "enmontada"
tiene un valor menor que una que está “limpia”.
El constante desmonte es, sobre todo, una forma de salvaguardar
la posesión del terreno. Al limpiar su parcela el productor
conserva su derecho al uso del predio, que de otro modo le
sería retirado bajo el argumento de que la tierra está
ociosa. De tal suerte, un número indeterminado de hectáreas
permanecen desprovistas de vegetación secundaria gracias
al chapeo, roza o quema periódicos, fomentándose
además la degradación del suelo.
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La frontera agrícola ha avanzado a una tasa elevada
en los últimos años. Entre 1993 y 2000 la
superficie cultivada se incrementó en 2.57 millones
de hectáreas, cifra menor en cerca de 24 000 hectáreas
al crecimiento de la superficie total dedicada a la agricultura
registrada en los inventarios nacionales de uso del suelo.
Esto último significa que parte del crecimiento de
la producción agrícola en México se
ha desarrollado a costa de la vegetación natural,
pero también que el crecimiento de la agricultura
ha sido más veloz (1.8% anual) sobre terrenos que
ya habían sido desmontados previamente que sobre
la vegetación silvestre (1.2% anual, Figura 2.21).
Lo anterior puede deberse en parte a que estamos ante un
repunte de la agricultura tras la reducción que sufrió
a principios de los noventa. Apenas se han recuperado los
20 millones de hectáreas que se tenían cultivadas
hace dos décadas (Figura 2.22 y Cuadro
II.2.2.1). El hecho de que este repunte se dé
preferentemente sobre zonas abiertas con anterioridad es
favorable a la conservación, pero no hay garantías
de que continúe así dado que ya se han reocupado
las tierras abandonadas.
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Una de las prácticas
agrícolas más frecuentes en los trópicos
es la roza, tumba y quema, o “agricultura nómada”.
El sistema se basa en cultivar las tierras de una a tres temporadas
y, posteriormente, dejarlas descansar por un periodo de varios
años. Si bien la roza, tumba y quema pudo funcionar
eficientemente en el pasado, el incremento poblacional y la
creciente demanda de terrenos ha reducido los periodos de
descanso por debajo del mínimo necesario. Además
de que esto implica una cosecha reducida (véase Crecer
o migrar: ¿y la naturaleza? en el capítulo
1), también atenta contra la integridad de las selvas,
pues las reemplaza por vegetación secundaria. De acuerdo
con la CUSV 1993 en México se practicaba la agricultura
nómada en 69 mil kilómetros cuadrados a lo largo
del país, especialmente en el sureste. |
Los estados donde se lleva a cabo esta forma de producción
cuentan con vastas extensiones de vegetación perturbada,
y son las entidades donde la frontera agropecuaria ha avanzado
más rápidamente (véase Efectos_de_la_roza,_tumba_y_quema_sobre_el_uso_del_suelo
y la Tabla_2.3).
Estos datos apuntan a que dicho sistema de cultivo ya no es
sustentable actualmente y que está degradando la vegetación
natural.
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Hasta aquí se ha hablado de los pastizales como
el sitio donde tienen lugar las actividades pecuarias. Sin
embargo, estudios más detallados señalan que
la ganadería se practica en cerca de 1.1 millones
de kilómetros cuadrados o 56% de la superficie total
de la República. En los estados del norte y Tabasco
la superficie ganadera sobrepasa 65% de la entidad (Mapa
2.10, Cuadro_II.2.4.2).
Sólo 16% del país son pastizales, de modo
que 40% de la superficie ganadera restante debe ubicarse
preponderantemente en la vegetación natural. Si ésta
abarca 66% del territorio, podemos concluir que aproximadamente
26% del país contiene vegetación silvestre
libre del efecto de ganado (Figura 2.23).
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En el ámbito pecuario se ha observado una reducción
importante en el número de cabezas de ganado durante
las últimas dos décadas. En 1980 se registraron
50.7 millones de cabezas y 43.3 millones en 1999 (-0.8%
anual en promedio). El descenso fue más marcado en
el ganado mayor, cuyo número cayó a una tasa
de -1.0% anual, comparado con el número de ovejas
y cabras, que apenas se redujo a una tasa de -0.3% anual
(Figura 2.24, Cuadro Cuadros
II.2.4.5, II.2.4.8,
y II.2.4.7).
A pesar de ello, la superficie destinada a ganadería
(medida como pastizales naturales e inducidos) creció
casi cuatro millones de hectáreas en el periodo de
1993 a 2000 (1.94% anual). El incremento de superficie ganadera
y la reducción del número de cabezas implican
que cada vez hay más superficie por animal. Ésta
es la consecuencia lógica del uso inapropiado que
se le viene dando al suelo. El territorio está sometido
al doble del ganado que puede tolerar en forma sostenible,
como lo muestra el recuadro El
desafío de la sustentabilidad en la ganadería_mexicana
(Cuadros_II.2.4.3 y II.2.4.4).
Al aplicar la misma aproximación a las entidades
federativas se encuentra que en 24 de ellas el número
de cabezas de ganado supera la capacidad del ecosistema.
La situación es particularmente grave en los estados
de México, Sinaloa y Jalisco (Mapa_2.11).
Cabe señalar que los estados con mayor sobrepastoreo
no coinciden necesariamente con aquellos que tienen mayor
densidad de cabezas de ganado. En una situación de
sobreexplotación como ésta, aun cuando se
reduzca el número de cabezas de ganado es necesario
seguir incrementando la superficie de pastizales para acomodar
el exceso de animales.
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Urbanización
Si bien es cierto que la superficie urbana
es proporcionalmente muy pequeña a escala nacional
(0.4% de territorio), se trata del uso del suelo que en algunas
regiones está creciendo más rápidamente.
En Quintana Roo, por ejemplo, la superficie urbanizada creció
a una tasa superior al 8% anual. En total, 99 524 hectáreas
fueron invadidas por asentamientos humanos entre 1993 y 2000.
Por lo común se trata de tierras planas, útiles
para la agricultura y que, en consecuencia, dejan de ser productivas.
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Mientras que
el impacto directo de las ciudades es pequeño, indirectamente
afectan los usos del suelo de grandes extensiones para satisfacer
sus necesidades de alimentos, recursos naturales, recreación
y disposición de residuos.
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