Amenazas a la biodiversidad
Al igual que en muchas partes del mundo,
en México existe una fuerte presión sobre
la biodiversidad en sus tres niveles. Las principales amenazas
son la conversión de los ecosistemas naturales a
sistemas productivos (agrícolas o ganaderos), la
contaminación, el cambio climático, la sobreexplotación
de poblaciones y la introducción de especies exóticas.
A pesar de que la extinción de especies es un proceso
natural, durante los últimos años la tasa
de extinción registrada es más de mil veces
mayor que las estimadas con el registro fósil (Wilson,
1988; Gentry, 1996). El número de especies consideradas
extintas en el mundo desde 1600 a la fecha es de aproximadamente
800, muchas de las cuales se extinguieron en el último
siglo. De acuerdo con la “lista roja” que publica
la Unión Internacional para la Conservación
de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés)
cerca del 24% de las especies de mamíferos y 12%
de las especies de aves del mundo se encuentran amenazadas.
América Latina y el Caribe son, después de
la región Asia-Pacífico, los que cuentan con
más especies de vertebrados amenazadas (Tabla
6.3) (PNUMA, 2002).
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En 1998, en México
se tenían registradas alrededor de 50 especies extintas,
siendo los peces el grupo más afectado con 19 especies,
18 de las cuales eran endémicas (Conabio, 1998) (Tabla
6.4).
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De acuerdo con la NOM-059-ECOL-1994, de las 4 661 especies
de vertebrados registradas en México casi 10% se
encontraba en la categoría de amenazados y 4% en
peligro de extinción. Mención especial merecen
los peces de agua dulce, ya que más del 11% se
encuentra en peligro de extinción (Cuadro_III.4.2.2,
Figura 6.4) como consecuencia de la alteración
de su hábitat por problemas de contaminación,
desecación o cambios en la dinámica hidrológica
de los ríos por obras de extracción de agua
para fines agrícolas, industriales o urbanos.
Con la nueva clasificación de especies descrita
en la NOM-059-ECOL-2001 algunos grupos incrementaron sensiblemente
el número de especies amenazadas o en peligro de
extinción, por ejemplo, los peces pasaron de 59
a 70 y las aves de 56 a 72.
Las cifras anteriores no dejan duda de que el problema
de la conservación en México es grande y
se requieren programas inmediatos para proteger especies
importantes como el berrendo (Antilocapra americana),
el conejo de los volcanes (Romerolagus diazii),
el lobo mexicano (Canis lupus baileyi), tortugas
marinas, cocodrilos, caimanes, tortugas del desierto,
salamandras y muchas de las especies de peces de agua
dulce que están amenazadas seriamente (Conabio,
1998).
La transformación de ecosistemas naturales para
fines agropecuarios u otras formas de degradación
del hábitat (por ejemplo debido a la contaminación)
son, sin duda, las principales amenazas de la biodiversidad
mexicana. Las últimas estimaciones realizadas indican
que cerca de la mitad del territorio nacional ha sido
modificado intensamente. Las selvas tropicales han sido
el bioma más afectado, al grado que hoy en día
las selvas primarias no llegan a cubrir ni siquiera la
mitad de la superficie que originalmente cubrían.
Las estimaciones de la tasa de deforestación de
México se encuentran entre las más altas
del mundo; entre 1993 y 2000 la vegetación silvestre,
tanto primaria como secundaria, se perdió a una
tasa estimada de más de un millón de hectáreas
anuales (véase capítulo 2). Las selvas –uno
de los ecosistemas más diversos– han sufrido
la más alta tasa de destrucción alcanzando
valores de 1.58% en promedio anual, aunque en algunos
lugares, como la región de Los Tuxtlas, las selvas
altas perennifolias han registrado tasas de deforestación
de 4.2% anual (Dirzo, 1992). El principal destino de las
superficies deforestadas es la actividad agrícola
y ganadera. Sin embargo, la superficie agrícola
no ha aumentado de manera significativa en los últimos
años lo que desafortunadamente muestra que la destrucción
de los ecosistemas naturales no se ha traducido en un
incremento real de áreas productivas. Los estados
del sureste del país son los que más rápidamente
están perdiendo sus áreas boscosas.
Las estimaciones de las tasas de deforestación
para México han respondido a propósitos
distintos y han utilizado diferentes fuentes de datos
y varían desde 316 000 hasta 790 000 hectáreas
anuales. La estimación más reciente fue
a partir de la comparación de los inventarios nacionales
de 1993 y 2000, que señala una tasa de deforestación
de casi 785 000 hectáreas por año (véase
capítulo 2).
Muchas de las causas que promueven la reducción
del número de especies también afectan la
diversidad genética, ya que la reducción
del tamaño de las poblaciones y la extinción
implican una disminución de la poza génica
de la especie. En términos generales se considera
que la domesticación y las prácticas agrícolas
tradicionales promovieron en el pasado la diversidad genética,
debido a que frecuentemente favorecían la dispersión
y la entrecruza con individuos de poblaciones relativamente
alejadas o diferenciadas. Sin embargo, la agricultura
actual –sobre todo la intensiva– ha contribuido
a reducir la variabilidad genética, porque se ha
sustituido el uso de variedades locales por especies con
rendimientos altos (por lo regular introducidas), muy
específicas para las condiciones ambientales del
sitio y con una alta uniformidad fenológica y de
producción, resultado de una baja variabilidad
genética (OCDE, 1996).
El cambio global y, en particular, el cambio climático
(véase ¿Qué_motiva_el_cambio
en_el_clima? en el capítulo 5) es un factor
de riesgo para la distribución y eventual existencia
de las especies en México y el mundo. Los cambios
en la temperatura y distribución de la precipitación
afectarán la distribución de los biomas
y, por ende, de las especies que en ellos habitan. Considerando
los cambios en la temperatura y precipitación que
se pronostican, en México los tipos de vegetación
más afectados serán los bosques templados,
los tropicales y los mesófilos de montaña.
Si bien no existe una predicción definida de los
efectos sobre los ecosistemas acuáticos mexicanos,
se ha documentado que la radiación ultravioleta
afecta negativamente al fitoplancton y zooplancton (Arriaga
et al., 1998), por lo que se esperan efectos en cascada
sobre los niveles tróficos superiores de las comunidades
acuáticas. Los sistemas arrecifales se han identificado
como ecosistemas muy susceptibles de ser afectados por
el cambio climático –evidenciado con el incremento
del llamado blanqueamiento del coral–, por lo que
muy probablemente los arrecifes mexicanos también
estén sufriendo este fenómeno.
Cada año, los incendios forestales son responsables
de la afectación de superficies importantes en
todo el país, principalmente durante la época
seca. En el periodo 1998-2000 se presentaron 9 079 incendios
forestales al año en promedio, con una superficie
afectada promedio de 330 000 hectáreas; el peor
año fue 1998 cuando, debido a sus condiciones de
elevada temperatura, el número de incendios se
elevó casi un 50% con una afectación cercana
a 850 000 hectáreas en todo el territorio nacional.
La mayor parte de las superficies afectadas estaban cubiertas
por pastizales, vegetación herbácea y arbustos,
sólo el 21% correspondió a zonas arboladas.
A pesar de que los incendios se consideran un riesgo natural,
la mayoría están asociados a actividades
humanas, principalmente a las agropecuarias como la quema
de pastos y la práctica de roza-tumba y quema.
Las principales amenazas para la diversidad de los ecosistemas
acuáticos continentales están relacionadas
con la contaminación y la destrucción del
hábitat de las especies (véase capítulo
4), mientras que los ambientes costeros y marinos son
amenazados básicamente por la contaminación,
sobreexplotación, prácticas de pesca inadecuadas,
turismo, actividades petroleras y falta de programas de
manejo (Arriaga et al., 1998, 2000). La construcción
y operación de las presas han afectado de manera
importante lagunas costeras y estuarios, debido a la modificación
de los flujos de agua dulce a dichos cuerpos de agua,
con los consecuentes daños a su biodiversidad.
Aunque los beneficios de la biotecnología son innegables
y a pesar de que no se tiene una certeza completa de los
riegos que representan los organismos genéticamente
modificados (OGM) para los componentes de la biodiversidad,
los posibles efectos que traería su introducción
y eventual contacto con especies silvestres varían
desde lo que se podría llamar una “contaminación
génica”, con consecuencias no fácilmente
predecibles para las especies, hasta cambios en las interacciones
intra e interespecíficas de las comunidades que
son la base del funcionamiento de los ecosistemas.
Debido a la preocupación que se ha generado en
el país por los posibles efectos sobre la salud
humana y el ambiente derivados de la introducción
de OGM, en 1999 se creó la Comisión Intersecretarial
de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados
(Cibiogem) que tiene entre sus objetivos coordinar las
políticas de la Administración Pública
Federal relativas a la bioseguridad y a la producción,
importación, exportación, movilización,
propagación, liberación, consumo y, en general,
el uso y aprovechamiento de los OGM, sus productos y subproductos.
Por su parte, la Conabio desde finales de 1998 inició
el desarrollo de un sistema enfocado a determinar los
riesgos que, para las especies silvestres, constituye
la liberación en el ambiente de organismos vivos
modificados. La Conabio ha recabado e integrado el sistema
de información bibliográfica sobre la ecología,
genética y demografía de los géneros
Cucurbita, Gossypium, Cucumis, Glycine, Carica,
Zea y Carthamus, que fueron determinados
como prioritarios, según los requerimientos de
la Cibiogem.
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