7. APROVECHAMIENTO DE LA VIDA SILVESTRE
 

Si bien nuestra alimentación procede principalmente de plantas y animales que han sido domesticados, tendemos a olvidar que aún dependemos, en gran medida, de la vida silvestre para satisfacer nuestras necesidades. Más de la mitad de la humanidad requiere de la leña como fuente de energía y millones de personas obtienen casi toda la proteína de su dieta a partir de la pesca o la caza. Con una frecuencia cada vez mayor fomentamos estos recursos, como es el caso de las plantaciones forestales o las granjas piscícolas. Sin embargo, lo común es que la mano del hombre nada tenga que ver con la producción o crianza de estos organismos, los cuales simplemente se extraen del medio silvestre.

Esta forma de explotación tiene varias particularidades. La tasa con la que se pueden extraer los recursos depende en mayor medida de los ciclos biológicos de las especies aprovechadas. En muchos casos, partes fundamentales de dichos ciclos son difíciles de advertir, como la fase planctónica por la que atraviesan muchos peces y crustáceos o las complejas interacciones entre las especies de importancia cinegética, sus depredadores y cómo éstas se ven afectadas por la intromisión de los cazadores.

Desde un punto de vista económico, se considera que todos estos procesos naturales que sustentan la vida silvestre son igualmente «invisibles» en términos monetarios. La producción de un tablón tiene un costo evidente en cuanto al salario del leñador, los operarios y transportistas, herramientas, administración, etc. Mientras que a todo esto se le pueden asignar precios específicos, no es fácil asignar un valor a las décadas de uso de terreno para producir ese árbol, a los polinizadores que se encargan de su reproducción y a los pájaros carpinteros que lo mantuvieron libre de parásitos. Tampoco es sencillo valorar los efectos del corte del árbol: erosión del suelo, liberación de bióxido de carbono y reducción en la tasa de recuperación de los mantos freáticos. Todos éstos son costos ambientales que no se reflejan en el precio del tablón.

Puesto que permanecemos al margen de dichos procesos naturales es fácil sobreexplotar los recursos silvestres sin darnos cuenta. En las ciencias ambientales y en la economía se están desarrollando modelos que incorporan los ciclos naturales que subsidian la cadena productiva humana. En tanto estos modelos adquieren la madurez necesaria y permean en la sociedad, debemos monitorear cercanamente el aprovechamiento de la vida silvestre para asegurar su sustentabilidad.

 

Recursos forestales

Entre los servicios que proveen los bosques, selvas y matorrales se encuentra el suministro de diferentes materias primas de origen vegetal, así como tierra que es extraída y trasladada a otros lugares. El producto más frecuentemente explotado es la madera, alrededor de la cual giran tanto una industria creciente como la generación de energía entre los más pobres. Debido a la importancia y las particularidades de este recurso generalmente se le considera aparte, de modo que los bienes forestales se dividen en "maderables" y "no maderables".

 

Recursos maderables

A escala mundial, se estima que en el año 2000 se cosecharon 3 335 millones de m3 de madera en rollo (troncos de árboles derribados y en trozos, con un diámetro mayor a 10 centímetros en cualquiera de sus extremos, sin incluir la corteza y sin importar su longitud). De éstos, el 53.5% fue empleado como combustible y el resto para la fabricación de papel, tablones, fibra y otros productos. Se estima que a principios de la década de los noventa la producción industrial de bienes derivados de la madera aportó alrededor de 400 000 millones de dólares al año a la economía global; aproximadamente el 2% del Producto Mundial Bruto. El mayor productor del planeta es Estados Unidos, que contribuye con más de la cuarta parte de la madera que se consume en el mundo. Europa, Canadá y Rusia concurren con otra cuarta parte más. La participación de México no llega al 1% en el escenario de las naciones (Figura 7.1).

Se estima que la explotación maderera consume anualmente un 0.86% de la existencia mundial de árboles en pie, cuyo volumen es de aproximadamente 386 000 millones de m3. Esta base de recursos se concentra en unos pocos países, como la Federación Rusa, Brasil, Canadá y Estados Unidos. Las existencias de un país dependen en gran medida de la extensión de sus bosques y selvas, aunque también de la cantidad de madera que hay por unidad de superficie. Lo referente al primer factor (extensión arbolada) y sus cambios a lo largo del tiempo se describe detalladamente en el capítulo 2.
Respecto a la cantidad de madera por hectárea, existe una gran variación entre países, dependiendo tanto del clima (por ejemplo, los bosques tropicales en general tienen más recursos por unidad de área) como de la forma en que se ha manejado la vegetación. En un estudio a escala mundial se encontró que México tiene algunos de los bosques más pobres, tanto dentro de la OCDE como en América Latina (Figura 7.2).

Las tendencias mundiales señalan que los países en vías de desarrollo tienden a reducir sus existencias de madera debido a las elevadas tasas de deforestación, mientras que en los países industrializados no sólo la extensión arbolada viene creciendo, sino que también la cantidad de madera dentro de ellos se está incrementando a una tasa de un metro cúbico por hectárea al año.

En México se han acometido diferentes esfuerzos para determinar las existencias de madera en todo el país. El más reciente, el Inventario Forestal Nacional 2000 contiene sólo la extensión de las zonas arboladas y carece aún de información sobre volúmenes de madera. Por ello, debemos remitirnos al Inventario Forestal Nacional Periódico de 1994 (IFNP 1994, Recuadro_III.5.1.1). De acuerdo con la fuente, en ese año había en el país 1 831 millones de m3 de madera en rollo en los bosques y 972 millones más en selvas.

Los bosques mixtos de coníferas y latifoliadas, y las selvas altas y medianas, son los tipos de vegetación que contienen más madera (Figura 7.3). Las entidades con mayores existencias en bosques fueron Durango, Chihuahua, Jalisco, Michoacán, Guerrero y Oaxaca, y en lo referente a selvas fueron Chiapas, Oaxaca, Quintana Roo y Campeche (Mapas_7.1 y 7.2, Cuadro_III.5.1.3 y Cuadro_III.5.1.4).

Estas existencias dependen tanto de la superficie arbolada como de la cantidad de madera por unidad de superficie. En este sentido, la vegetación más rica son los bosques de coníferas, que sobrepasan los 103 m3 por hectárea. Los bosques cerrados (véase Los bosques cerrados en el capítulo 2) se caracterizan por mayores volúmenes, mientras que aquellos que han sufrido un proceso de fragmentación tienen un contenido reducido de madera respecto de la vegetación primaria (Figura 7.4, Tabla_7.1).

Considerando que no se conocen las tasas de fragmentación (sólo las de alteración, pero este rubro es más amplio; véase "Fragmentación" en el capítulo 2), no se puede estimar la magnitud de las pérdidas causadas por este proceso; sin embargo, la deforestación sí está cuantificada. Por esta vía se pierde cada año el 0.79% de los bosques y el 1.58% de las selvas, con la madera que en ellos se encuentra, independientemente de si se emplea o no para algo. Esto corresponde a 14.6 millones de m3 de madera en bosques y 15.4 en las selvas: un total de aproximadamente 30 millones de m3 al año. A esto habría que sumar las pérdidas por alteración y la extracción de madera ilegal no asociada a deforestación.

Si bien estas cifras son sólo una aproximación, dicha cantidad es muy superior a la producción maderable regulada del país en los últimos 15 años, que ha oscilado entre los 6.3 y 9.8 millones de m3 anuales. Esto se debe en gran medida a que las estimaciones de la madera producida se basan en los permisos de aprovechamiento forestal, los reportes trimestrales de producción y los datos de comercio, mientras que la causa más importante de deforestación es el cambio de uso para fines agropecuarios, el cual tiene lugar sin dichos permisos. No se tienen datos para evaluar qué proporción de la madera que se corta con fines de cambio de uso del suelo es industrializada, utilizada como leña o simplemente quemada durante el proceso de desmonte.
Lo que resulta claro es que representa un porcentaje importante de la base de recursos maderables del país, por lo que es necesario generar datos que nos permitan entender cómo el cambio de uso del suelo afecta a la producción maderable. Esto puede modificar sustancialmente la percepción que se tiene sobre los recursos forestales en México.

La producción maderable cayó de manera significativa durante la primera mitad de la década pasada, aunque tiende a recuperarse (Figura 7.5, Cuadro III.5.2.3). Los estados de Chihuahua, Durango y Michoacán son los que más contribuyen a la industria nacional (Mapa_7.3, Cuadro_III.5.2.4), la cual está basada sobre todo en madera de pinos y encinos; las maderas preciosas aportan poco al volumen de madera producido en el país (Figura 7.6, Cuadro III.5.2.5).

 

A diferencia de lo que ocurre en otros países, donde la creciente demanda de celulosa para la fabricación de papel es el más importante motor detrás del aumento en la explotación maderera, en México las formas de uso que más rápidamente están creciendo son el carbón (22% anual entre 1997 y 2000), la chapa y el triplay (13.3%), seguidos por la celulosa en tercer lugar (12.3%) (Figura 7.7, Tabla_7.2).

La mayor parte de la madera industrial en rollo se destina a la "escuadría" (tablas, tablones y vigas), que consume el 72% de la producción nacional, seguida del papel con un 15%. En sólo seis entidades la producción maderable con fines industriales excede el 25% de la producción total: Durango, Chihuahua, Michoacán, Jalisco, Baja California y Sonora. De acuerdo con estos datos, el uso de la madera como energético es mínimo en México (Figura 7.8, Cuadro_III.5.2.6); en 2000 se empleó en promedio 2.7% como leña y 3.2% como carbón.

 

Vale la pena hacer algunas precisiones sobre este tema. Considerando que en el país 17% de las viviendas emplea leña (3 653 178 según el censo del 2000), los 202 536 m3 de leña reportados en el Cuadro_III.5.2.6 se repartirían en cada hogar sumando 152 cm3 de madera al día, apenas una vara pequeña. Evidentemente, la cifra de consumo de leña en el país debe ser mucho mayor y rondar los 37.56 millones de m3 al año reportados por la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) (s/f), que concuerda cercanamente con las estadísticas nacionales en todos los demás rubros. De acuerdo con la FAO, se consume como combustible el 82.2% de la producción nacional maderable, que habría sido de 45.7 millones de m3 en 2000 (Figura 7.9). Este escenario es muy diferente a los 9.4 millones de m3 que reportan las estadísticas nacionales, en parte porque en esa figura se muestra sólo la madera en rollo, mientras que una parte importante de la leña no cumple los requisitos para que sea considerada como tal (diámetro y longitud). Por otra parte, los datos de producción maderable no incluyen la cosecha en zonas áridas o en las orillas de los caminos, que es fundamentalmente empleada como combustible. Sin embargo, es probable que el factor que más fuertemente incide sobre la discrepancia entre los datos nacionales y los de la FAO sea que el corte de leña ocurre sin informar a las autoridades federales. Esta actividad tiene lugar en zonas rurales (principalmente de uso común) y es administrada por los órganos de decisión locales.

Es posible estimar el consumo de leña por entidad mediante el producto de la cantidad de combustible empleada en promedio por vivienda multiplicada por el total de viviendas que consumen leña localmente. Los estados donde más se emplea la leña en la cocina son Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Puebla (Mapa_7.4). Claramente se trata de entidades con una importante población rural, indígena y con un bajo desarrollo humano (véase "Características socioeconómicas" en el capítulo 1).

 


Las proyecciones en casi todo el mundo indican que el consumo de leña seguirá incrementándose. Al menos en la última década, en México se ha observado dicha tendencia. En algunas regiones, el incremento en la tasa de extracción de leña ha reducido la disponibilidad del recurso, generando lo que se ha llamado "la crisis energética de los pobres", y la falta de datos impide prever si la situación se agravará en los años por venir. Lo cierto es que la leña rara vez ocupa un lugar destacado en los planes energéticos nacionales, a pesar del gran número de personas que dependen de ella.

Para evaluar si la producción de madera es sustentable en México no basta conocer las existencias, sino también es necesario saber la velocidad con que éstas son capaces de renovarse. Si la explotación se encuentra por arriba de la renovación, entonces se está degradando la base de recursos naturales y la disponibilidad futura de los mismos. El IFNP 1994 efectuó estimaciones sobre la tasa de renovación (denominada "aumento anual") para las coníferas. Éste es el grupo que más se emplea industrialmente con fines maderables. El aumento anual depende tanto de la superficie arbolada, del número y tamaño de los árboles en ella y de la velocidad con la que crece cada árbol, por lo que afectar cualquiera de estas variables incide sobre la productividad del bosque.

El aumento anual de coníferas en México es bastante alto respecto a los estándares mundiales. En total suma 24.9 millones de m3 de madera en rollo y se concentra sobre todo en los estados con mayores existencias (Mapa_7.5, Cuadro III.5.1.5). Dicha cifra se encuentra muy por arriba de la producción reportada de madera en rollo de coníferas en 2000, que fue de 7.96 millones. A nivel estatal se observa lo mismo, pues en ninguna entidad el volumen extraído de coníferas excede el 60.4% del aumento anual. Los estados con mayor producción maderable industrial (Durango, Chihuahua y Michoacán) no son los que hacen un uso más intenso de sus bosques, sino Tlaxcala, Puebla, Veracruz y el Estado de México (60.4, 50.5, 45.5 y 43.8% del aumento anual respectivamente) (Mapa_7.6).

Si bien esto sugeriría que el uso es sustentable, debemos recordar que la extracción no reportada por deforestación y consumo de leña es muy grande, y que puede alterar significativamente el panorama. Por otro lado, es importante señalar que sólo una fracción de la leña suele extraerse de los bosques. No hay datos para México, pero estudios realizados en otras naciones en vías de desarrollo señalan que aproximadamente dos terceras partes de la leña se extraen de los bordes de los caminos, de cultivos abandonados y de traspatios. De tal modo, la presión sobre los bosques y selvas es menor de lo que parece a primera vista.

Independientemente de los efectos que tiene la extracción de leña y madera sobre la vegetación, la superficie forestal viene disminuyendo y, de acuerdo con las tendencias actuales, se espera que los bosques primarios –los que más madera contienen– se reduzcan a la mitad de su extensión actual en las próximas décadas (véase ¿Hacia dónde va el uso del suelo? en el capítulo 2). Esto, por sí mismo, revela el uso insostenible que estamos haciendo de los bosques.

Lo mismo puede decirse sobre las selvas. En ellas la extracción se concentra en las especies de maderas preciosas. No existe información sobre el aumento anual de madera de este grupo, pero algunos datos nos pueden dar indicios sobre la sustentabilidad de su aprovechamiento. El sureste del país constituye la región de la cual proceden casi exclusivamente estas maderas. Ahí, un lote debe dejarse descansar por cerca de 50 años antes de que la cantidad de maderas preciosas se recupere en forma natural. Se requiere de grandes extensiones de selva para poder explotar una parcela, al mismo tiempo que otras 49 se mantienen en descanso. Mientras vastas regiones de selva permanecieron despobladas, algunas compañías fueron capaces de explotar la caoba de la región sureste con un esquema de ciclos de descanso de varias décadas. Esta forma de manejo vio su fin con la minifundización de las tierras que acompañó a los programas de colonización de los trópicos de las décadas de los sesenta y setenta. La explotación que siguió no tomó en cuenta la necesidad de promover la caoba o el cedro, por lo que las plantas remanentes son escasas o de una talla muy reducida (Challenger, 1998; Cemda-Cespedes, 2002). Hoy las maderas preciosas apenas representan medio punto porcentual de la producción maderable de México.

Además del hombre, otros factores pueden reducir las existencias de madera, como los incendios o las plagas forestales. Dichos fenómenos ocurren en forma natural en los bosques y selvas, y son incluso necesarios para el funcionamiento del ecosistema. Sin embargo, el hombre puede incrementar la frecuencia de plagas e incendios más allá de lo que puede tolerar la vegetación. En la sección "Procesos de cambio de uso" del capítulo 2 se describe cómo ocurre esto en el caso de los incendios y se muestra cómo las entidades con mayor superficie de bosques alterados sufren más incendios en los años de sequía.

Las plagas forestales son insectos o patógenos que ocasionan daños de tipo mecánico o fisiológico a los árboles, como deformaciones, disminución del crecimiento, debilitamiento o incluso la muerte, causando un impacto ecológico, económico y social muy importante. Son consideradas como una de las principales causas de disturbio en los bosques templados del país. Actualmente se tiene registro de cerca de 250 especies de insectos y patógenos que afectan al arbolado en México, estimándose la superficie susceptible de ataque en cerca de 10 millones de hectáreas (Tabla 7.3, Figura 7.10).

Dentro de los factores naturales que facilitan el ataque de plagas están los fenómenos meteorológicos como las sequías, huracanes y nevadas, así como otras conflagraciones naturales, como los incendios. Sin embargo, las actividades humanas también facilitan el ataque. El aprovechamiento y pastoreo no regulados, el deficiente manejo silvícola, la introducción de especies de plagas y patógenos de otras regiones geográficas, así como los incendios inducidos predisponen a las masas arboladas al ataque por parte de estas especies.

El monitoreo que la Semarnat realiza en las zonas forestales del país muestra que en 2001 fueron afectadas 15 219 hectáreas por algún tipo de plaga, superficie que rebasa las 250 000 hectáreas si se considera todo el periodo entre 1990 y 2001 (Cuadro III.5.3.4). Clasificando a las plagas en animales y vegetales, y según la parte del árbol que atacan (véase Principales plagas forestales), la mayor parte de esta extensión fue afectada por descortezadores y muérdagos (Figura 7.11, Cuadros III.5.3.5, III.5.3.6, III.5.3.7 y III.5.3.8). Los estados con mayor proporción de superficie forestal afectada por enfermedades fueron Sinaloa, Aguascalientes, el Distrito Federal, Nuevo León y Zacatecas (Mapa 7.7).


Productos forestales no maderables

El universo de los productos forestales no maderables (PFNM) es sumamente vasto. En él se incluyen medicamentos, alimentos, materiales de construcción, resinas, gomas, tintes, fibras, suelo, organismos ornamentales y ceremoniales, ceras, esencias, aceites, etc. Estos productos no han recibido tanta atención como los maderables debido, sobre todo, a que carecen de un mercado amplio. En general son los campesinos pobres los que explotan este tipo de recursos, mientras que las grandes industrias se hacen cargo de la producción comercial maderera. Por todo esto se tiene la concepción errónea de que los PFNM constituyen un recurso de poco valor económico; sin embargo, las estimaciones sobre el potencial productivo no maderable de los bosques y selvas rebasa los 1.3 millones de dólares anuales en nuestro país.

Uno de los puntos más debatidos es el de las plantas medicinales. Éstas contienen principios activos que si bien reportan sumas millonarias a la industria farmacéutica internacional, en realidad se incorporan al proceso productivo en buena parte debido a los conocimientos de los pueblos tradicionales que detectaron las plantas útiles en un principio. Sin embargo, usualmente ni estos pueblos ni las naciones donde crecen las plantas reciben participación alguna por parte de la industria. La extracción de otros PFNM, como las cactáceas y orquídeas ornamentales, constituye un ilícito no sólo en México sino también en otros países de acuerdo con las leyes internacionales de comercio. La pobreza que se experimenta en muchas zonas rurales no deja a los campesinos otras alternativas más que participar en la colecta ilegal de estas plantas a cambio de sumas irrisorias.

El PFNM que se aprovecha en mayor cantidad en México es la tierra de monte, la cual generalmente no se incluye en esa categoría, pero por su volumen es de gran importancia. El siguiente artículo en importancia son las resinas, que generalmente se extraen en los bosques de coníferas. Las fibras y ceras representan el sustento de cientos de las familias más pobres del país. Generalmente se producen en zonas áridas y semiáridas a partir de plantas de las familias de las agaváceas, bromeliáceas y euforbiáceas (Figura 7.12).


Esta distribución geográfica diferencial de los productos no maderables se refleja en que los estados de las sierras (productores de resinas, como Michoacán) y del noreste árido (como Tamaulipas, donde se generan fibras) se encuentren entre los primeros lugares en producción (Mapa 7.8).

La variedad de plantas que no se aprovechan es enorme: de las 20 000 especies que potencialmente pudieran explotarse, apenas 85 se comercializan y 865 se utilizan regionalmente (Figura 7.13, Cuadro III.5.2.9). Si bien las estadísticas muestran que la extracción de PFNM va en aumento, no se nota que haya una diversificación en la producción. Los mismos rubros siguen contribuyendo al total en proporciones semejantes (Figura 7.14, Cuadro III.5.2.7); si bien, ello puede incrementar el ingreso de los productores, también puede resultar en la sobreexplotación. Además, la dependencia de unos pocos recursos hace que la población humana sea vulnerable a las fluctuaciones del mercado. Los precios de no pocos PFNM han caído estrepitosamente en el pasado, dejando a miles de personas en la indigencia. Ejemplos de ello fueron la cera de candelilla, el chicle y el barbasco.

Es probable que una parte importante del aprovechamiento de estos recursos no esté realmente cuantificada en muchas zonas rurales, donde los usuarios no tienen obligación de reportar la extracción de los mismos. Por ello, el aumento observado puede ser en parte resultado de un incremento real en la producción o bien de un mayor número de reportes.

Se ha señalado que los PFNM pueden ser una excelente alternativa productiva, puesto que, además de los posibles beneficios económicos, es un incentivo para la conservación de la vegetación natural donde estos recursos se encuentran. En algunos países de América Latina, incluido México, ya se han establecido "reservas extractivas", que son porciones de selva que las comunidades rurales protegen, ya que de ahí se extraen bienes comerciales tales como mariposas que se venden a coleccionistas de todo el mundo. Si bien en lo inmediato las reservas extractivas han frenado la deforestación, en varios casos se ha observado que la constante perturbación que causan las actividades humanas ha perjudicado la vida silvestre, por lo que este modelo productivo aún se encuentra en debate.

Gestión

Con la finalidad de regular el aprovechamiento de los recursos forestales, maderables o no maderables, la legislación mexicana prevé que se debe contar con una autorización. Durante 2000 se autorizó el aprovechamiento de más de 7 millones de m3 de madera y 224 toneladas de productos forestales no maderables. Mientras que en el caso de la madera el volumen extraído es semejante al autorizado, en el caso de los PFNM la cantidad que cuenta con aprobación es mínima en relación con el total. En ambos casos el volumen autorizado se ha ido reduciendo en los últimos años, a la vez que la extracción ha aumentado para rebasar incluso la cantidad aprobada (Figura 7.15, Cuadros III.5.2.1, III.5.2.2 y III.5.2.7). De seguir esta tendencia la situación sería grave, puesto que para otorgar una licencia de aprovechamiento la ley exige que se mitigue el impacto ambiental, que se proteja a las especies amenazadas, se tomen medidas preventivas contra incendios y plagas forestales, y que el aprovechamiento esté de acuerdo con los principios de la explotación sustentable. Al extraerse los recursos sin cumplir con estas normas, no hay garantía de que la explotación sea adecuada.

Para fomentar la explotación sustentable de los recursos forestales se cuenta con dos programas que inciden directamente sobre el uso de la vegetación natural: el Programa de Desarrollo Forestal (Prodefor) y el Proyecto de Conservación y Manejo Sustentable de los Recursos Forestales en México (Procymaf). Mediante el Prodefor se otorgan apoyos para el fomento a la productividad y manejo sustentable del bosque natural, orientados a mejorar la calidad de vida de las comunidades y al uso diversificado de los ecosistemas. Este instrumento se basa en el establecimiento y apoyo a programas bien definidos de manejo forestal, entendidos como el conjunto de acciones y procesos encaminados a ordenar, cultivar, proteger, conservar, restaurar y cosechar los recursos forestales de un bosque, considerando criterios ecológicos, sociales y económicos. También busca tecnificar y hacer más eficiente la producción forestal. Por su parte, el Procymaf tiene el objetivo de dar capacitación para el fortalecimiento de la silvicultura comunitaria y el manejo sustentable de los recursos maderables y no maderables en Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Durango y Chihuahua. En conjunto, estos programas han apoyado proyectos que han incidido en más de 3 millones de hectáreas.

A fin de asegurar el aprovechamiento adecuado de los PFNM se expidieron las normas oficiales mexicanas NOM 002-RECNAT-1996 a 011-RECNAT-1996, que contienen las especificaciones acerca de cómo se deben explotar estos recursos. Dichas normas se aplican a los productos más comúnmente explotados, tales como resinas, tierra de monte, raíces, cortezas, tallos, plantas completas, hojas de palma, látex, exudados y hongos. Considerando que el aprovechamiento de los PFNM es fundamental en las zonas áridas y semiáridas, se estableció el Programa para el Seguimiento y Evaluación del Aprovechamiento, Transporte y Almacenamiento de Productos Forestales No Maderables de Tierras Secas. Con este instrumento se busca apoyar a los productores y lograr un aprovechamiento sustentable.

Una forma alternativa de incrementar la producción y conservar al mismo tiempo los recursos naturales, es mediante el establecimiento de fuentes alternas de generación de productos forestales; de tal manera que, al no ser explotados, los recursos silvestres estarían bajo una menor presión.

Con esta finalidad se instituyó el Programa para el Desarrollo de Plantaciones Forestales Comerciales (Prodeplan), por medio del cual no sólo se crean proyectos productivos y empleos, sino también se restituyen zonas arboladas que favorecen la conservación del entorno y brindan servicios ambientales. El Prodeplan ha experimentado un incremento notable de estas actividades en los últimos dos años, a tal grado que el número de proyectos apoyados se ha multiplicado por diez y se han beneficiado 136 474 hectáreas (Figura 7.16, Cuadro III.5.4.10).

En las plantaciones comerciales de México se cultivan sobre todo árboles para producir madera y celulosa (Cuadro III.5.4.12); consecuentemente, se prefieren las especies de pino y eucalipto. En las regiones tropicales se plantan principalmente especies de maderas preciosas, tales como la caoba, el cedro rojo y la teca (Cuadro III.5.4.11). Dentro del Prodeplan se ha apoyado también el establecimiento de plantaciones de PFNM con mayor énfasis en regiones secas. En estos casos es posible sembrar, por ejemplo, lechuguilla u orégano (Figura 7.17).

Otra de las acciones para proteger los recursos forestales es el combate a las plagas. Constantemente se efectúan recorridos por los bosques y selvas con la finalidad de efectuar inspecciones de sanidad forestal. Cada año se inspeccionaban alrededor de 8 millones de hectáreas, superficie que se ha mantenido más o menos constante desde 1996 (Figura 7.18, Cuadro III.5.4.2). Las zonas arboladas que de manera proporcional han sido monitoreadas más intensamente son las del centro del país, mientras que el sureste (en particular la península de Yucatán) y los estados de Sonora, Sinaloa y Baja California Sur reciben relativamente poca atención (Mapa 7.9).


Una vez que se detectan las zonas afectadas por plagas, se procede a aplicar el tratamiento correspondiente para su eliminación. Los esfuerzos orientados a cuidar al arbolado no son iguales en todo el territorio. En los estados de Sonora, Yucatán, San Luis Potosí y Baja California apenas se trata entre el cero y el 8% de las superficies aquejadas que se detectan, mientras que en Veracruz, Querétaro, Michoacán o Chihuahua se atienden más de las dos terceras partes del territorio afectado (Mapa 7.10, Cuadro III.5.4.3).

Los insectos más combatidos son los descortezadores, que son los organismos que más daños causan al arbolado en nuestro país. Los muérdagos –que también afectan grandes extensiones forestales– representan la segunda plaga más combatida en extensión, aunque proporcionalmente es la que menos atención recibe (Figura 7.19, Cuadros III.5.4.4, III.5.4.5, III.5.4.6 y III.5.4.7).

A pesar de que año con año se ha venido reduciendo ligeramente la superficie que recibe tratamiento contra plagas, se observa que el territorio afectado también ha disminuido con el tiempo (Figura 7.20). Esto puede ser resultado del comportamiento natural de las plagas, que es poco predecible, con periodos de explosiones demográficas y otros de colapsos en los cuales la población mengua. Sin embargo, los datos sugieren que de alguna manera los esfuerzos de control de plagas han tenido un efecto positivo sobre la sanidad forestal.

 
 
 
   
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