Si bien nuestra alimentación procede principalmente
de plantas y animales que han sido domesticados, tendemos
a olvidar que aún dependemos, en gran medida,
de la vida silvestre para satisfacer nuestras necesidades.
Más de la mitad de la humanidad requiere de la
leña como fuente de energía y millones
de personas obtienen casi toda la proteína de
su dieta a partir de la pesca o la caza. Con una frecuencia
cada vez mayor fomentamos estos recursos, como es el
caso de las plantaciones forestales o las granjas piscícolas.
Sin embargo, lo común es que la mano del hombre
nada tenga que ver con la producción o crianza
de estos organismos, los cuales simplemente se extraen
del medio silvestre.
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Esta
forma de explotación tiene varias particularidades.
La tasa con la que se pueden extraer los recursos depende
en mayor medida de los ciclos biológicos de las
especies aprovechadas. En muchos casos, partes fundamentales
de dichos ciclos son difíciles de advertir, como
la fase planctónica por la que atraviesan muchos
peces y crustáceos o las complejas interacciones
entre las especies de importancia cinegética,
sus depredadores y cómo éstas se ven afectadas
por la intromisión de los cazadores.
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Desde
un punto de vista económico, se considera que
todos estos procesos naturales que sustentan la vida
silvestre son igualmente «invisibles» en
términos monetarios. La producción de
un tablón tiene un costo evidente en cuanto al
salario del leñador, los operarios y transportistas,
herramientas, administración, etc. Mientras que
a todo esto se le pueden asignar precios específicos,
no es fácil asignar un valor a las décadas
de uso de terreno para producir ese árbol, a
los polinizadores que se encargan de su reproducción
y a los pájaros carpinteros que lo mantuvieron
libre de parásitos. Tampoco es sencillo valorar
los efectos del corte del árbol: erosión
del suelo, liberación de bióxido de carbono
y reducción en la tasa de recuperación
de los mantos freáticos. Todos éstos son
costos ambientales que no se reflejan en el precio del
tablón.
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Puesto
que permanecemos al margen de dichos procesos naturales
es fácil sobreexplotar los recursos silvestres
sin darnos cuenta. En las ciencias ambientales y en
la economía se están desarrollando modelos
que incorporan los ciclos naturales que subsidian la
cadena productiva humana. En tanto estos modelos adquieren
la madurez necesaria y permean en la sociedad, debemos
monitorear cercanamente el aprovechamiento de la vida
silvestre para asegurar su sustentabilidad.
Recursos forestales
Entre los servicios que proveen los
bosques, selvas y matorrales se encuentra el suministro
de diferentes materias primas de origen vegetal, así
como tierra que es extraída y trasladada a otros
lugares. El producto más frecuentemente explotado
es la madera, alrededor de la cual giran tanto una industria
creciente como la generación de energía
entre los más pobres. Debido a la importancia
y las particularidades de este recurso generalmente
se le considera aparte, de modo que los bienes forestales
se dividen en "maderables" y "no maderables".
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Recursos maderables
A escala mundial, se estima que en
el año 2000 se cosecharon 3 335 millones de m3
de madera en rollo (troncos de árboles derribados
y en trozos, con un diámetro mayor a 10 centímetros
en cualquiera de sus extremos, sin incluir la corteza
y sin importar su longitud). De éstos, el 53.5%
fue empleado como combustible y el resto para la fabricación
de papel, tablones, fibra y otros productos. Se estima
que a principios de la década de los noventa
la producción industrial de bienes derivados
de la madera aportó alrededor de 400 000 millones
de dólares al año a la economía
global; aproximadamente el 2% del Producto Mundial Bruto.
El mayor productor del planeta es Estados Unidos, que
contribuye con más de la cuarta parte de la madera
que se consume en el mundo. Europa, Canadá y
Rusia concurren con otra cuarta parte más. La
participación de México no llega al 1%
en el escenario de las naciones (Figura 7.1). |
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Se estima que la explotación
maderera consume anualmente un 0.86% de la existencia
mundial de árboles en pie, cuyo volumen es de
aproximadamente 386 000 millones de m3. Esta base de
recursos se concentra en unos pocos países, como
la Federación Rusa, Brasil, Canadá y Estados
Unidos. Las existencias de un país dependen en
gran medida de la extensión de sus bosques y
selvas, aunque también de la cantidad de madera
que hay por unidad de superficie. Lo referente al primer
factor (extensión arbolada) y sus cambios a lo
largo del tiempo se describe detalladamente en el capítulo
2. |
Respecto
a la cantidad de madera por hectárea, existe
una gran variación entre países, dependiendo
tanto del clima (por ejemplo, los bosques tropicales
en general tienen más recursos por unidad de
área) como de la forma en que se ha manejado
la vegetación. En un estudio a escala mundial
se encontró que México tiene algunos de
los bosques más pobres, tanto dentro de la OCDE
como en América Latina (Figura 7.2).
|
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Las tendencias mundiales señalan que los países
en vías de desarrollo tienden a reducir sus
existencias de madera debido a las elevadas tasas
de deforestación, mientras que en los países
industrializados no sólo la extensión
arbolada viene creciendo, sino que también
la cantidad de madera dentro de ellos se está
incrementando a una tasa de un metro cúbico
por hectárea al año.
En México se han acometido diferentes esfuerzos
para determinar las existencias de madera en todo
el país. El más reciente, el Inventario
Forestal Nacional 2000 contiene sólo la extensión
de las zonas arboladas y carece aún de información
sobre volúmenes de madera. Por ello, debemos
remitirnos al Inventario Forestal Nacional Periódico
de 1994 (IFNP 1994, Recuadro_III.5.1.1).
De acuerdo con la fuente, en ese año había
en el país 1 831 millones de m3 de madera en
rollo en los bosques y 972 millones más en
selvas.
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Los bosques mixtos de coníferas y latifoliadas,
y las selvas altas y medianas, son los tipos de vegetación
que contienen más madera (Figura 7.3). Las
entidades con mayores existencias en bosques fueron
Durango, Chihuahua, Jalisco, Michoacán, Guerrero
y Oaxaca, y en lo referente a selvas fueron Chiapas,
Oaxaca, Quintana Roo y Campeche (Mapas_7.1
y 7.2, Cuadro_III.5.1.3
y Cuadro_III.5.1.4).
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|
Estas existencias dependen tanto de la superficie
arbolada como de la cantidad de madera por unidad
de superficie. En este sentido, la vegetación
más rica son los bosques de coníferas,
que sobrepasan los 103 m3 por hectárea. Los
bosques cerrados (véase Los
bosques cerrados en el capítulo 2) se caracterizan
por mayores volúmenes, mientras que aquellos
que han sufrido un proceso de fragmentación
tienen un contenido reducido de madera respecto de
la vegetación primaria (Figura 7.4, Tabla_7.1).
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Considerando que no se conocen las tasas de fragmentación
(sólo las de alteración, pero este rubro
es más amplio; véase "Fragmentación"
en el capítulo 2), no se puede estimar la magnitud
de las pérdidas causadas por este proceso;
sin embargo, la deforestación sí está
cuantificada. Por esta vía se pierde cada año
el 0.79% de los bosques y el 1.58% de las selvas,
con la madera que en ellos se encuentra, independientemente
de si se emplea o no para algo. Esto corresponde a
14.6 millones de m3 de madera en bosques y 15.4 en
las selvas: un total de aproximadamente 30 millones
de m3 al año. A esto habría que sumar
las pérdidas por alteración y la extracción
de madera ilegal no asociada a deforestación.
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|
Si bien estas cifras
son sólo una aproximación, dicha cantidad
es muy superior a la producción maderable regulada
del país en los últimos 15 años,
que ha oscilado entre los 6.3 y 9.8 millones de m3 anuales.
Esto se debe en gran medida a que las estimaciones de
la madera producida se basan en los permisos de aprovechamiento
forestal, los reportes trimestrales de producción
y los datos de comercio, mientras que la causa más
importante de deforestación es el cambio de uso
para fines agropecuarios, el cual tiene lugar sin dichos
permisos. No se tienen datos para evaluar qué
proporción de la madera que se corta con fines
de cambio de uso del suelo es industrializada, utilizada
como leña o simplemente quemada durante el proceso
de desmonte. |
Lo que
resulta claro es que representa un porcentaje importante
de la base de recursos maderables del país, por
lo que es necesario generar datos que nos permitan entender
cómo el cambio de uso del suelo afecta a la producción
maderable. Esto puede modificar sustancialmente la percepción
que se tiene sobre los recursos forestales en México. |
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La producción maderable cayó de manera
significativa durante la primera mitad de la década
pasada, aunque tiende a recuperarse (Figura 7.5, Cuadro
III.5.2.3). Los estados de Chihuahua, Durango
y Michoacán son los que más contribuyen
a la industria nacional (Mapa_7.3,
Cuadro_III.5.2.4),
la cual está basada sobre todo en madera de
pinos y encinos; las maderas preciosas aportan poco
al volumen de madera producido en el país (Figura
7.6, Cuadro III.5.2.5).
A diferencia de lo que ocurre en otros países,
donde la creciente demanda de celulosa para la fabricación
de papel es el más importante motor detrás
del aumento en la explotación maderera, en
México las formas de uso que más rápidamente
están creciendo son el carbón (22% anual
entre 1997 y 2000), la chapa y el triplay (13.3%),
seguidos por la celulosa en tercer lugar (12.3%) (Figura
7.7, Tabla_7.2).
La mayor parte de la madera industrial en rollo se
destina a la "escuadría" (tablas,
tablones y vigas), que consume el 72% de la producción
nacional, seguida del papel con un 15%. En sólo
seis entidades la producción maderable con
fines industriales excede el 25% de la producción
total: Durango, Chihuahua, Michoacán, Jalisco,
Baja California y Sonora. De acuerdo con estos datos,
el uso de la madera como energético es mínimo
en México (Figura 7.8, Cuadro_III.5.2.6);
en 2000 se empleó en promedio 2.7% como leña
y 3.2% como carbón.
Vale la pena hacer algunas precisiones sobre este
tema. Considerando que en el país 17% de las
viviendas emplea leña (3 653 178 según
el censo del 2000), los 202 536 m3 de leña
reportados en el Cuadro_III.5.2.6
se repartirían en cada hogar sumando 152 cm3
de madera al día, apenas una vara pequeña.
Evidentemente, la cifra de consumo de leña
en el país debe ser mucho mayor y rondar los
37.56 millones de m3 al año reportados por
la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO) (s/f),
que concuerda cercanamente con las estadísticas
nacionales en todos los demás rubros. De acuerdo
con la FAO, se consume como combustible el 82.2% de
la producción nacional maderable, que habría
sido de 45.7 millones de m3 en 2000 (Figura 7.9).
Este escenario es muy diferente a los 9.4 millones
de m3 que reportan las estadísticas nacionales,
en parte porque en esa figura se muestra sólo
la madera en rollo, mientras que una parte importante
de la leña no cumple los requisitos para que
sea considerada como tal (diámetro y longitud).
Por otra parte, los datos de producción maderable
no incluyen la cosecha en zonas áridas o en
las orillas de los caminos, que es fundamentalmente
empleada como combustible. Sin embargo, es probable
que el factor que más fuertemente incide sobre
la discrepancia entre los datos nacionales y los de
la FAO sea que el corte de leña ocurre sin
informar a las autoridades federales. Esta actividad
tiene lugar en zonas rurales (principalmente de uso
común) y es administrada por los órganos
de decisión locales.
Es posible estimar el consumo de leña por
entidad mediante el producto de la cantidad de combustible
empleada en promedio por vivienda multiplicada por
el total de viviendas que consumen leña localmente.
Los estados donde más se emplea la leña
en la cocina son Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Puebla
(Mapa_7.4). Claramente
se trata de entidades con una importante población
rural, indígena y con un bajo desarrollo humano
(véase "Características socioeconómicas"
en el capítulo 1).
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Las proyecciones en casi todo el mundo indican que el
consumo de leña seguirá incrementándose.
Al menos en la última década, en México
se ha observado dicha tendencia. En algunas regiones,
el incremento en la tasa de extracción de leña
ha reducido la disponibilidad del recurso, generando
lo que se ha llamado "la crisis energética
de los pobres", y la falta de datos impide prever
si la situación se agravará en los años
por venir. Lo cierto es que la leña rara vez
ocupa un lugar destacado en los planes energéticos
nacionales, a pesar del gran número de personas
que dependen de ella.
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Para evaluar si la producción de madera es sustentable
en México no basta conocer las existencias, sino
también es necesario saber la velocidad con que
éstas son capaces de renovarse. Si la explotación
se encuentra por arriba de la renovación, entonces
se está degradando la base de recursos naturales
y la disponibilidad futura de los mismos. El IFNP 1994
efectuó estimaciones sobre la tasa de renovación
(denominada "aumento anual") para las coníferas.
Éste es el grupo que más se emplea industrialmente
con fines maderables. El aumento anual depende tanto
de la superficie arbolada, del número y tamaño
de los árboles en ella y de la velocidad con
la que crece cada árbol, por lo que afectar cualquiera
de estas variables incide sobre la productividad del
bosque.
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El aumento anual de coníferas en México
es bastante alto respecto a los estándares
mundiales. En total suma 24.9 millones de m3 de madera
en rollo y se concentra sobre todo en los estados
con mayores existencias (Mapa_7.5,
Cuadro III.5.1.5).
Dicha cifra se encuentra muy por arriba de la producción
reportada de madera en rollo de coníferas en
2000, que fue de 7.96 millones. A nivel estatal se
observa lo mismo, pues en ninguna entidad el volumen
extraído de coníferas excede el 60.4%
del aumento anual. Los estados con mayor producción
maderable industrial (Durango, Chihuahua y Michoacán)
no son los que hacen un uso más intenso de
sus bosques, sino Tlaxcala, Puebla, Veracruz y el
Estado de México (60.4, 50.5, 45.5 y 43.8%
del aumento anual respectivamente) (Mapa_7.6).
|
Si bien esto sugeriría que el uso es sustentable,
debemos recordar que la extracción no reportada
por deforestación y consumo de leña
es muy grande, y que puede alterar significativamente
el panorama. Por otro lado, es importante señalar
que sólo una fracción de la leña
suele extraerse de los bosques. No hay datos para
México, pero estudios realizados en otras naciones
en vías de desarrollo señalan que aproximadamente
dos terceras partes de la leña se extraen de
los bordes de los caminos, de cultivos abandonados
y de traspatios. De tal modo, la presión sobre
los bosques y selvas es menor de lo que parece a primera
vista.
Independientemente de los efectos que tiene la extracción
de leña y madera sobre la vegetación,
la superficie forestal viene disminuyendo y, de acuerdo
con las tendencias actuales, se espera que los bosques
primarios –los que más madera contienen–
se reduzcan a la mitad de su extensión actual
en las próximas décadas (véase
¿Hacia dónde
va el uso del suelo? en el capítulo 2).
Esto, por sí mismo, revela el uso insostenible
que estamos haciendo de los bosques.
|
Lo mismo
puede decirse sobre las selvas. En ellas la extracción
se concentra en las especies de maderas preciosas. No
existe información sobre el aumento anual de
madera de este grupo, pero algunos datos nos pueden
dar indicios sobre la sustentabilidad de su aprovechamiento.
El sureste del país constituye la región
de la cual proceden casi exclusivamente estas maderas.
Ahí, un lote debe dejarse descansar por cerca
de 50 años antes de que la cantidad de maderas
preciosas se recupere en forma natural. Se requiere
de grandes extensiones de selva para poder explotar
una parcela, al mismo tiempo que otras 49 se mantienen
en descanso. Mientras vastas regiones de selva permanecieron
despobladas, algunas compañías fueron
capaces de explotar la caoba de la región sureste
con un esquema de ciclos de descanso de varias décadas.
Esta forma de manejo vio su fin con la minifundización
de las tierras que acompañó a los programas
de colonización de los trópicos de las
décadas de los sesenta y setenta. La explotación
que siguió no tomó en cuenta la necesidad
de promover la caoba o el cedro, por lo que las plantas
remanentes son escasas o de una talla muy reducida (Challenger,
1998; Cemda-Cespedes, 2002). Hoy las maderas preciosas
apenas representan medio punto porcentual de la producción
maderable de México.
|
Además del hombre, otros factores pueden reducir
las existencias de madera, como los incendios o las
plagas forestales. Dichos fenómenos ocurren
en forma natural en los bosques y selvas, y son incluso
necesarios para el funcionamiento del ecosistema.
Sin embargo, el hombre puede incrementar la frecuencia
de plagas e incendios más allá de lo
que puede tolerar la vegetación. En la sección
"Procesos de cambio de uso" del capítulo
2 se describe cómo ocurre esto en el caso de
los incendios y se muestra cómo las entidades
con mayor superficie de bosques alterados sufren más
incendios en los años de sequía.
|
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Las plagas forestales son insectos o patógenos
que ocasionan daños de tipo mecánico
o fisiológico a los árboles, como deformaciones,
disminución del crecimiento, debilitamiento
o incluso la muerte, causando un impacto ecológico,
económico y social muy importante. Son consideradas
como una de las principales causas de disturbio en
los bosques templados del país. Actualmente
se tiene registro de cerca de 250 especies de insectos
y patógenos que afectan al arbolado en México,
estimándose la superficie susceptible de ataque
en cerca de 10 millones de hectáreas (Tabla
7.3, Figura 7.10).
|
Dentro
de los factores naturales que facilitan el ataque de
plagas están los fenómenos meteorológicos
como las sequías, huracanes y nevadas, así
como otras conflagraciones naturales, como los incendios.
Sin embargo, las actividades humanas también
facilitan el ataque. El aprovechamiento y pastoreo no
regulados, el deficiente manejo silvícola, la
introducción de especies de plagas y patógenos
de otras regiones geográficas, así como
los incendios inducidos predisponen a las masas arboladas
al ataque por parte de estas especies.
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El monitoreo que la Semarnat realiza en las zonas
forestales del país muestra que en 2001 fueron
afectadas 15 219 hectáreas por algún
tipo de plaga, superficie que rebasa las 250 000 hectáreas
si se considera todo el periodo entre 1990 y 2001
(Cuadro III.5.3.4).
Clasificando a las plagas en animales y vegetales,
y según la parte del árbol que atacan
(véase Principales
plagas forestales), la mayor parte de esta extensión
fue afectada por descortezadores y muérdagos
(Figura 7.11, Cuadros
III.5.3.5, III.5.3.6,
III.5.3.7 y III.5.3.8).
Los estados con mayor proporción de superficie
forestal afectada por enfermedades fueron Sinaloa,
Aguascalientes, el Distrito Federal, Nuevo León
y Zacatecas (Mapa 7.7).
|
Productos forestales no maderables
El universo de los productos forestales
no maderables (PFNM) es sumamente vasto. En él
se incluyen medicamentos, alimentos, materiales de construcción,
resinas, gomas, tintes, fibras, suelo, organismos ornamentales
y ceremoniales, ceras, esencias, aceites, etc. Estos
productos no han recibido tanta atención como
los maderables debido, sobre todo, a que carecen de
un mercado amplio. En general son los campesinos pobres
los que explotan este tipo de recursos, mientras que
las grandes industrias se hacen cargo de la producción
comercial maderera. Por todo esto se tiene la concepción
errónea de que los PFNM constituyen un recurso
de poco valor económico; sin embargo, las estimaciones
sobre el potencial productivo no maderable de los bosques
y selvas rebasa los 1.3 millones de dólares anuales
en nuestro país.
Uno de los puntos más debatidos es el de las
plantas medicinales. Éstas contienen principios
activos que si bien reportan sumas millonarias a la
industria farmacéutica internacional, en realidad
se incorporan al proceso productivo en buena parte debido
a los conocimientos de los pueblos tradicionales que
detectaron las plantas útiles en un principio.
Sin embargo, usualmente ni estos pueblos ni las naciones
donde crecen las plantas reciben participación
alguna por parte de la industria. La extracción
de otros PFNM, como las cactáceas y orquídeas
ornamentales, constituye un ilícito no sólo
en México sino también en otros países
de acuerdo con las leyes internacionales de comercio.
La pobreza que se experimenta en muchas zonas rurales
no deja a los campesinos otras alternativas más
que participar en la colecta ilegal de estas plantas
a cambio de sumas irrisorias.
|
| El PFNM que se aprovecha
en mayor cantidad en México es la tierra de monte,
la cual generalmente no se incluye en esa categoría,
pero por su volumen es de gran importancia. El siguiente
artículo en importancia son las resinas, que
generalmente se extraen en los bosques de coníferas.
Las fibras y ceras representan el sustento de cientos
de las familias más pobres del país. Generalmente
se producen en zonas áridas y semiáridas
a partir de plantas de las familias de las agaváceas,
bromeliáceas y euforbiáceas (Figura 7.12).
|
Esta distribución geográfica diferencial
de los productos no maderables se refleja en que los
estados de las sierras (productores de resinas, como
Michoacán) y del noreste árido (como
Tamaulipas, donde se generan fibras) se encuentren
entre los primeros lugares en producción (Mapa
7.8).
|
|
La variedad de plantas que no se aprovechan es enorme:
de las 20 000 especies que potencialmente pudieran
explotarse, apenas 85 se comercializan y 865 se utilizan
regionalmente (Figura 7.13, Cuadro
III.5.2.9). Si bien las estadísticas muestran
que la extracción de PFNM va en aumento, no
se nota que haya una diversificación en la
producción. Los mismos rubros siguen contribuyendo
al total en proporciones semejantes (Figura 7.14,
Cuadro III.5.2.7);
si bien, ello puede incrementar el ingreso de los
productores, también puede resultar en la sobreexplotación.
Además, la dependencia de unos pocos recursos
hace que la población humana sea vulnerable
a las fluctuaciones del mercado. Los precios de no
pocos PFNM han caído estrepitosamente en el
pasado, dejando a miles de personas en la indigencia.
Ejemplos de ello fueron la cera de candelilla, el
chicle y el barbasco.
|
| Es probable que una
parte importante del aprovechamiento de estos recursos
no esté realmente cuantificada en muchas zonas
rurales, donde los usuarios no tienen obligación
de reportar la extracción de los mismos. Por
ello, el aumento observado puede ser en parte resultado
de un incremento real en la producción o bien
de un mayor número de reportes.
|
Se ha señalado que los PFNM pueden ser una excelente
alternativa productiva, puesto que, además de
los posibles beneficios económicos, es un incentivo
para la conservación de la vegetación
natural donde estos recursos se encuentran. En algunos
países de América Latina, incluido México,
ya se han establecido "reservas extractivas",
que son porciones de selva que las comunidades rurales
protegen, ya que de ahí se extraen bienes comerciales
tales como mariposas que se venden a coleccionistas
de todo el mundo. Si bien en lo inmediato las reservas
extractivas han frenado la deforestación, en
varios casos se ha observado que la constante perturbación
que causan las actividades humanas ha perjudicado la
vida silvestre, por lo que este modelo productivo aún
se encuentra en debate.
Gestión
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|
Con la finalidad de regular el aprovechamiento de
los recursos forestales, maderables o no maderables,
la legislación mexicana prevé que se
debe contar con una autorización. Durante 2000
se autorizó el aprovechamiento de más
de 7 millones de m3 de madera y 224 toneladas de productos
forestales no maderables. Mientras que en el caso
de la madera el volumen extraído es semejante
al autorizado, en el caso de los PFNM la cantidad
que cuenta con aprobación es mínima
en relación con el total. En ambos casos el
volumen autorizado se ha ido reduciendo en los últimos
años, a la vez que la extracción ha
aumentado para rebasar incluso la cantidad aprobada
(Figura 7.15, Cuadros
III.5.2.1, III.5.2.2
y III.5.2.7). De
seguir esta tendencia la situación sería
grave, puesto que para otorgar una licencia de aprovechamiento
la ley exige que se mitigue el impacto ambiental,
que se proteja a las especies amenazadas, se tomen
medidas preventivas contra incendios y plagas forestales,
y que el aprovechamiento esté de acuerdo con
los principios de la explotación sustentable.
Al extraerse los recursos sin cumplir con estas normas,
no hay garantía de que la explotación
sea adecuada.
|
Para fomentar
la explotación sustentable de los recursos forestales
se cuenta con dos programas que inciden directamente
sobre el uso de la vegetación natural: el Programa
de Desarrollo Forestal (Prodefor) y el Proyecto de Conservación
y Manejo Sustentable de los Recursos Forestales en México
(Procymaf). Mediante el Prodefor se otorgan apoyos para
el fomento a la productividad y manejo sustentable del
bosque natural, orientados a mejorar la calidad de vida
de las comunidades y al uso diversificado de los ecosistemas.
Este instrumento se basa en el establecimiento y apoyo
a programas bien definidos de manejo forestal, entendidos
como el conjunto de acciones y procesos encaminados
a ordenar, cultivar, proteger, conservar, restaurar
y cosechar los recursos forestales de un bosque, considerando
criterios ecológicos, sociales y económicos.
También busca tecnificar y hacer más eficiente
la producción forestal. Por su parte, el Procymaf
tiene el objetivo de dar capacitación para el
fortalecimiento de la silvicultura comunitaria y el
manejo sustentable de los recursos maderables y no maderables
en Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Durango
y Chihuahua. En conjunto, estos programas han apoyado
proyectos que han incidido en más de 3 millones
de hectáreas.
A fin de asegurar el aprovechamiento adecuado de los
PFNM se expidieron las normas oficiales mexicanas NOM
002-RECNAT-1996 a 011-RECNAT-1996, que contienen las
especificaciones acerca de cómo se deben explotar
estos recursos. Dichas normas se aplican a los productos
más comúnmente explotados, tales como
resinas, tierra de monte, raíces, cortezas, tallos,
plantas completas, hojas de palma, látex, exudados
y hongos. Considerando que el aprovechamiento de los
PFNM es fundamental en las zonas áridas y semiáridas,
se estableció el Programa para el Seguimiento
y Evaluación del Aprovechamiento, Transporte
y Almacenamiento de Productos Forestales No Maderables
de Tierras Secas. Con este instrumento se busca apoyar
a los productores y lograr un aprovechamiento sustentable.
Una forma alternativa de incrementar la producción
y conservar al mismo tiempo los recursos naturales,
es mediante el establecimiento de fuentes alternas de
generación de productos forestales; de tal manera
que, al no ser explotados, los recursos silvestres estarían
bajo una menor presión.
|
|
Con esta finalidad se instituyó el Programa
para el Desarrollo de Plantaciones Forestales Comerciales
(Prodeplan), por medio del cual no sólo se
crean proyectos productivos y empleos, sino también
se restituyen zonas arboladas que favorecen la conservación
del entorno y brindan servicios ambientales. El Prodeplan
ha experimentado un incremento notable de estas actividades
en los últimos dos años, a tal grado
que el número de proyectos apoyados se ha multiplicado
por diez y se han beneficiado 136 474 hectáreas
(Figura 7.16, Cuadro
III.5.4.10).
|
|
En las plantaciones comerciales de México
se cultivan sobre todo árboles para producir
madera y celulosa (Cuadro
III.5.4.12); consecuentemente, se prefieren las
especies de pino y eucalipto. En las regiones tropicales
se plantan principalmente especies de maderas preciosas,
tales como la caoba, el cedro rojo y la teca (Cuadro
III.5.4.11). Dentro del Prodeplan se ha apoyado
también el establecimiento de plantaciones
de PFNM con mayor énfasis en regiones secas.
En estos casos es posible sembrar, por ejemplo, lechuguilla
u orégano (Figura 7.17).
|
|
Otra de las acciones para proteger los recursos forestales
es el combate a las plagas. Constantemente se efectúan
recorridos por los bosques y selvas con la finalidad
de efectuar inspecciones de sanidad forestal. Cada
año se inspeccionaban alrededor de 8 millones
de hectáreas, superficie que se ha mantenido
más o menos constante desde 1996 (Figura 7.18,
Cuadro III.5.4.2).
Las zonas arboladas que de manera proporcional han
sido monitoreadas más intensamente son las
del centro del país, mientras que el sureste
(en particular la península de Yucatán)
y los estados de Sonora, Sinaloa y Baja California
Sur reciben relativamente poca atención (Mapa
7.9).
|
Una vez que se detectan las zonas afectadas por plagas,
se procede a aplicar el tratamiento correspondiente
para su eliminación. Los esfuerzos orientados
a cuidar al arbolado no son iguales en todo el territorio.
En los estados de Sonora, Yucatán, San Luis
Potosí y Baja California apenas se trata entre
el cero y el 8% de las superficies aquejadas que se
detectan, mientras que en Veracruz, Querétaro,
Michoacán o Chihuahua se atienden más
de las dos terceras partes del territorio afectado
(Mapa 7.10, Cuadro
III.5.4.3).
|
|
Los insectos más combatidos son los descortezadores,
que son los organismos que más daños
causan al arbolado en nuestro país. Los muérdagos
–que también afectan grandes extensiones
forestales– representan la segunda plaga más
combatida en extensión, aunque proporcionalmente
es la que menos atención recibe (Figura 7.19,
Cuadros III.5.4.4,
III.5.4.5, III.5.4.6
y III.5.4.7).
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A pesar de que año con año se ha venido
reduciendo ligeramente la superficie que recibe tratamiento
contra plagas, se observa que el territorio afectado
también ha disminuido con el tiempo (Figura
7.20). Esto puede ser resultado del comportamiento
natural de las plagas, que es poco predecible, con
periodos de explosiones demográficas y otros
de colapsos en los cuales la población mengua.
Sin embargo, los datos sugieren que de alguna manera
los esfuerzos de control de plagas han tenido un efecto
positivo sobre la sanidad forestal.
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